Del mar Caribe al Mediterráneo en busca de Cleopatra

Alejandría, Egipto (PL) Esta es la historia de una mujer, su obsesión y la saga que la llevó desde su natal República Dominicana a un paraje desértico de esta ciudad egipcia del delta del río Nilo.
En una noche tórrida durante una peña literaria, Kathleen Martínez, que aún no se había transmutado en arqueóloga, sino que era una abogada interesada en ampliar sus horizontes, escogió leer una obra de William Shakespeare, Marco Antonio y Cleopatra, contra la opinión de sus contertulios.
Las recomendaciones de que buscara otra obra del Cisne de Avon sólo lograron avivar su interés por saber más de la última Cleopatra, y descubrió que era mucho más que una seductora adolescente que desbocó la libido del general romano, envuelto en una pugna por el poder con sus rivales políticos en Roma.
Era 1995 Martínez llegó a una conclusión desoladora: la trágica reina egipcia, última de la dinastía de los Ptolomeos, no tenía quien la defendiera, sino todo lo contrario: era denostada y vivía bajo un temor existencial.
Cleopatra era fascinante: hablaba nueve idiomas, era filósofa, escribió tratados y creía que la vida era un tránsito, la existencia real es después de la muerte, subraya al pie de las excavaciones bajo un sol de penitencia atenuado por una suave brisa.
Desde entonces la obsesionó encontrar el sepulcro de la reina incomprendida y calculó con precisión cronométrica sus últimos pasos desde la llegada de su amante mal herido tras ser derrotado en la batalla de Accio, que los romanos antiguos llamaban Actium.
Quería evitar por todos los medios ser paseada en vergüenza por Roma, como deseaba Octavio, refiere Martínez, para sintetizar los resultados de su afanosa búsqueda, el primer paso en el largo y fascinante viaje que estaba por emprender.
ME TILDARON DE LOCA
Las dificultades comenzaron cuando la dulce muchacha del hablar cantarín habitual en sus compatriotas, anunció la decisión de partir a Egipto a excavar el duro suelo desértico en busca de lo que entonces era una quimera sin sustento.
El momento de la verdad le llegó otra noche, durante una conversación con un tío director de un periódico dominicano: arriesgas todo tu futuro; si regresas con las manos vacías nadie te quita la fama de loca, le advirtió en tono ominoso.
Los comienzos de la aventura fueron todo lo adversos que podría esperarse: fue retenida en el aeropuerto de El Cairo donde las autoridades de Inmigración ignoraban que en el mar Caribe existe un país que es media isla y se llama República Dominicana.
Varios de los que estaban detenidos se nos acercaban y nos decían «Somos de Al Qaeda, o de Hizbolah ¿y ustedes?».
Que el suplicio durara seis horas fue un golpe de suerte, porque por lo general Interpol demora hasta dos días para la verificación de documentos y en mi caso respondió seis horas después, recuerda.
La entrevista con el entonces ministro de Antigüedades egipcio, Zahi Hawass, tampoco fue un mar de bálsamo: me dio dos minutos para exponerle mi tesis y ni siquiera me prestaba atención hasta que di un manotazo en su escritorio y le eché en cara que no me estuviera escuchando.
El exabrupto de Katherine llamó la atención de unos especialistas de la universidad de Harvard que asistían a la entrevista a quienes llamó la atención su tesis, que nunca antes había sido enunciada y, a la postre, contribuirían con recursos en una fase del proyecto.
Fue una carrera contra reloj ganada en el último minuto de los dos meses que le fueron concedidos para mostrar resultados so pena de cancelarle el permiso, un lapso insignificante para cualquier investigación, mucho más para una que desmentía los resultados de excavaciones anteriores.
«Expediciones de afamadas universidades y de arqueólogos de lustre habían determinado que este lugar, Taposiris, no llegó a funcionar como templo de Isis; que había quedado inconcluso y nunca fue un lugar de adoración, además de que no me permitieron excavar donde yo suponía que estaba el pórtico del templo».
Apenas unos brochazos sacaron a la luz la placa fundacional del templo: una expedición húngara había llegado a dos pulgadas de arena de descubrirla: es como si hubiese estado esperando más de dos milenios a que Katherine la sacara a la luz y demostrara su verdad de una vez por todas.
El jefe de la expedición me visitó aquí hace algún tiempo y me confesó que le daban deseos de suicidarse por no haber dados esos últimos brochazos, recuerda.
Una década después del accidentado comienzo de la aventura, el ministro de Antigüedades, Mamdouh El Damati, dijo a Prensa Latina en el sitio de la excavación que la investigación «es muy importante» y reveló planes de abrirla al público.
Creemos que las excavaciones develarán un gran templo de la diosa Isis y ya sabemos que hay por lo menos 50 tumbas, de las cuales sólo han sido descubiertas 14, admisión implícita del triunfo de la voluntad de la doctora Martínez.
Los trabajos de la expedición dominico-egipcia han llevado a la reconstrucción de un faro del que apenas quedaban vestigios y que ahora se alza en una suave elevación, y la certeza de que existe una red de túneles aún por detectar que puede encerrar secretos que duermen hace milenios.
A unos metros de la tienda en la cual el ministro encomió la labor y la persistencia de la investigadora dominicana están en estudio tres momias recién descubiertas, dos de hombres con fenotipo griego y la tercera de una mujer sepultada con un ibis momificado en la cara, indicio de que se trataba de una sacerdotisa.
PERO, ¿STÁ CLEOPATRA EN TAPOSIRIS MAGNA?
Esa es la pregunta que se impone y para la cual la arqueóloga no tiene una respuesta categórica.
La ubicación de la tumba de Cleopatra es desconocida; se sabe que el ritual anterior a su muerte fue complejo e incluyó entrar de contrabando un áspid en su lugar de reclusión, cuando habría sido más fácil pasar un frasco con veneno.
Pero la reina era la representación viviente de Isis, el nombre griego de Ast, monarca del panteón faraónico, reina de los dioses, de la maternidad y del nacimiento, fuerza fecundadora de la naturaleza y quería una muerte acorde con los cánones de esa deidad.
Existe un indicio de la posible existencia de la tumba de Cleopatra, proporcionado por el historiador griego Plutarco, quien visitó Egipto poco más de un siglo después de la muerte de la reina.
Isis está sepultada en Taposiris Magna, escribió en clave hierática Plutarco, un iniciado en los secretos del Oráculo de Delfos, una pista seguida por la doctora Martínez cuando decidió lanzarse contra viento y marea a una aventura cuyo final aún está abierto.
A Cleopatra no le angustiaba morir; su principal temor era quedar en el olvido, no trascender, como corresponde a una diosa.
Y Martínez, hija de un país del Caribe, se ha impuesto la hazaña última, descubrir dónde reposan los restos de la faraona trágica antes de emprender el viaje al Poniente a encontrarse con su amado Marco Antonio.

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