Rafael Loret de Mola

Desafío

*Magnicidios Cerrados

*El Avión de la Droga

*Se le pasó de Tueste

Dentro de una semana, el viernes 22 de noviembre, se cumple medio siglo desde el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, en Dalas, Texas. Le habían advertido de los riesgos, considerando a esta entidad fronteriza –cuya independencia de México fue alcanzada por el filo de la traición-, una de las menos “encantadas” por el glamour de la pareja cuya parte femenina, Jacqueline Bouvier, tenía fama de hipnotizar hasta las serpientes con su mirada y su porte despampanantes. De hecho, no había joya norteamericana mejor en un enrono notoriamente convulso por el intervensionismo de la gran potencia universal y la demagogia rutilante de la Casa Blanca para disimular invasiones, como la de Bahía de Cochinos en Cuba o incluso la de Vietnam en donde los marines no existían oficialmente para el gobierno.

Kennedy era, desde luego, un hombre enfermo y no sólo de mando aun cuando algunos le consideren un icono de la democracia por los veneros del martirio. El enfoque, equivocado, no repara en su propensión a crear conflictos, como el cubano, asombrándose de sus consecuencias cuando fracasaban los subterfugios por él autorizados; no obstante, la pareja sabía mentir: se presentaba a Jacqueline y John como prototipos de la salud y juventud de una nueva generación de estadounidenses preocupados por el futuro universal. Nunca fue así: aquel mandatario, desde sus incursiones militares durante la Segunda Guerra Mundial, al frente de la lancha patrullera PT-109 que fue atacada en el Pacífico Sur debiendo sus ocupantes que resguardarse en una isla, le provocaron secuelas tremendas como insoportables dolores de espalda sólo amortizados por analgésicos peligrosos y por estoicismo que inyecta la adicción al poder.

El conjunto de tales hechos fueron preparando su túmulo. Y, desde entonces, las versiones sobre las autorías intelectuales han corrido a la par con las fantasías en cintas y libros algunos de ellos descocados como el que acaba de publicarse implicando al expresidente cubano, Fidel Castro Ruz, como la cúspide de la pirámide precisamente ahora, cuando enfermo terminal, es exigido a preparar la transición definitiva en la nación caribeña. Es, desde luego, la manera más sencilla, mediando la manipulación de los ignorantes, para restar fuerza a la hipótesis de una conjura, desde dentro, fraguada por los generales del Pentágono, quienes odiaban al mandatario, y las agencias de inteligencia, desde la CIA hasta el FBI cuyos expedientes fueron desapareciendo junto con la muerte del fundador del segundo, John Edgar Hoover, el 2 de mayo de 1972, sin que hubiese podido ocultar su abierta homosexualidad acaso para no presentar este flanco vulnerable, entonces, a sus adversarios.

Lo que es seguro es la fragua de una conspiración al respecto y de la participación de, cuando menos, tres tiradores incluyendo al capturado Lee Harvey Oswald cuyo destino fatal, a manos del dueño de antros Jack Ruby al salir de la estación de policía de Dallas –fehaciente demostración de la participación de entes gubernamentales en el drama-, trató de poner fin a una trama que prosiguió hasta Brownsville, Texas, en donde tenía asiento su mejor rancho el inefable Juan Nepomuceno Guerra, padrino de los grandes capos del Golfo, entre ellos Juan García Ábrego y el “comandante” Guillermo González Calderoni –el hombre de los trabajos sucios en la era del salinismo trágico, asesinado el 5 de febrero de 2004, muy cercano al narcotraficante y protector del mismo-. Hasta allí llegaron los sicarios, vistos “detrás de la loma” en la ruta del presidente por Dallas, desde donde salieron dos de los disparos de acuerdo a los filmes indiscutibles de la época: la cabeza del mandatario, al ser impactada, se agita hacia atrás confirmando que el tiro recibido venía desde el sitio referido y no desde el almacén de libros en donde Oswald realizó sus disparos.

Lo anterior es un hecho incontrovertible. De ser así, es evidente la conexión entre quienes operan con los actuales cárteles y los agentes policíacos estadounidenses. De allí, la oscuridad del proceso –pese al famoso informe Warren que poco aportó y cuya importancia se debe más a las omisiones escandalosas que a las aportaciones, con supresión de testigos y escasas luces salvo la del tirador solitario y fanatizado por doctrinas contrarias al “sueño norteamericano”, y las probables implicaciones de personajes mexicanos cómplices a lo largo de la crónica considerando que, entonces, se libraba la carrera aeroespacial –en la que, como ya narramos, intervino Adolfo López Mateos, ex presidente y antiguo partidario de Vasconcelos cuando Calles impuso a Pascual Ortiz Rubio como mandatario-, y las batallas internas dirigidas a expandir el poderío yanqui contra la soberanía no sólo de sus vecinos sino de cuanto se moviera en el mundo, como la lacerada Vietnam en donde los crímenes de guerra no han sido del todo indagados ni mucho menos esclarecidos.

Es evidente que nuestro país ha sufrido lo propio. Nunca fue esclarecido, a fondo, el crimen contra Álvaro Obregón Salido cometido el 17 de julio de 1928 en el entonces restaurante “La Bombilla” de la ciudad de México convertido en la actualidad en su monumento en el que se resguardó, durante décadas, la mano perdida en Celaya por el caudillo. Pese a la Cristiada que marcó la época y el evidente fanatismo de José de León Toral, el ejecutor material, existen evidencias acerca de que el cuerpo de Obregón había sido hollado por disparos de diferentes calibres y no sólo del .32 del arma del acusado y fusilado feligrés exaltado. Ello abre un abanico de posibilidades, entre ellas la posible participación del líder obrero Luis N. Morones, fundador de la CROM y brazo derecho del presidente Plutarco Elías Calles, con lo que estaríamos hablando de una conjura muy bien fraguada al punto de involucrar a la Iglesia rijoza de aquel tiempo en el hecho, utilizando a un sujeto moldeable, vulnerable por su ausencia de información –como lo dejó asentado él mismo, rindiéndose moralmente, al final de su sesgado juicio, a la sabiduría y “generosidad” de su víctima-, capaz de ser armado e inducido por elementos convenientemente infiltrados al grupo religioso al que pertenecía.

Y otro tanto sucede en torno al magnicido, más reciente, el 23 de marzo de 1994, de Luis Donaldo Colosio, luego de reñir con Raúl Salinas de Gortari, hermano de carlos el usurpador, acerca de los veneros de las drogas y la necesidad de que aceptara condiciones inaceptables para mantenerse en ruta hacia el Palacio Nacional. Colosio respondió con dureza, acaso fuera de tiempo pues no contaba con el poder en las manos, y rompió sus relaciones con el poderoso cofrade, separándose, a su vez, de dos elementos claves para entender las infiltraciones mafiosas a la estructura gubernamental: Joseph-Marie Córdova Montoya, el célebre asesor franco-español –como ahora que el PAN se basa en una mancuerna de catalanes para suspirar por la recuperación de la Presidencia-, y Carlos Hank González, el célebre profesor de Santiago Tianquistenco, fallecido el 11 de 2001 en su rancho “Don Catarino” en las inmediaciones de su pueblo natal. El segundo, por cierto, jamás fue molestado por indagatorias sobre su fortuna inmensa, posiblemente concentrada por sus nexos inconfesables con los grandes “padrinos” de los Estados Unidos; y en cuanto a Córdova, se dio el lujo de poner en predicamento a los perredistas quienes pedían su cabeza y comparecencia para esclarecer el crimen de Lomas Taurinas.

Desde luego, por sus semejanzas en cuanto a la elaboración de los tres sucesos que hoy citamos, lo que no es dable descartar es la proliferación de las conjuras mayores a lo largo del siglo XX; la más elaboradas son las que envuelven de misterios nuestra historia y la de los vecinos del norte construida ésta sobre los baldones del oscurantismo imperialista. Si consideramos lo anterior, ¿los asesinatos de mayor envergadura, tanto en el México posrevolucionario como ahora, fueron monitoreados desde la Casa Blanca? Si fueron capaces de aniquilar a un presidente popular, si bien mentiroso, huésped perentorio de la oficina oval –de enero de 1961 a noviembre de 1963, ni siquiera tres años de gestión-, ¿no hacen lo propio con tantos mandatarios victimados hacia el sur de sus fronteras, comenzando con México desde luego, y cuyas muertes violentas aún no es dable descifrar? Y no sólo jefes de Estado sino inclusive personajes históricos, como Francisco Villa, a quien los estadounidenses jamás perdonaron por la incursión bélica a Columbus en busca de las armas que, ya pagadas, pretendieron no entregárselas; se equivocaron de hombre y aquella incursión, hasta antes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001, fue considerada la única verdadera invasión territorial a la que se creía inexpugnable potencia del norte.

No perdonan, pero sí agravian. ¿Para cuándo, en serio, se integra una comisión latinoamericana para resolver, sobre todo, cuanto se relaciona con las “extrañas” enfermedades sufridas por diversos dignatarios y mandatarios –federales y estatales en el caso de México-, cuando más estorban a los planes de ingerencia por parte del gobierno de Washington? Es la pregunta central; más bien, la única de importancia en el turbio panorama de nuestros días.

Debate

Resulta que el Departamento de Estado norteamericano acusa al ex presidente calderón por la “impunidad” casi total referente a los crímenes del narcotráfico sobre nuestro suelo; igualmente, se señala al ex mandatario federal por solaparla, acobardado, quizá por el blindaje militar a él impuesto. ¿Quién gobernaba, entonces, a México?¿El alcohólico de Los Pinos o las fuerzas armadas a las que se integraron marines de los Estados Unidos? Por aquí debiera comenzarse.

Y, mientras tanto, cobra especial interés el turbio incidente del Jet con matrícula mexicana que fue quemado por los elementos de la Fuerza Aérea Venezolana en el estado de Arupe, el pasado lunes 4 de noviembre si bien se informó del suceso hasta el miércoles 6. Las contradicciones son múltiples acerca de si la aeronave fue derribada o quemada en tierra “al igual que la pista” donde aterrizó. ¿Por qué hacerlo si podía haberse asegurado el cargamento de la misma? Además, convenientemente, se asegura que los pasajeros y tripulación huyeron como si tal fuese posible, esto es sin conocer la región en apariencia y, además, tras sufrir un incidente que no fue un estallido en el aire porque de ser así no hubieran vivido para contarlo. ¿Y quién asegura, por lo demás, que no están presos?.

Se adjudica la propiedad del aparato a Jorge Salazar Ochoa, de Colima, cuyo nivel de vida, de clase media, no corresponde al del dueño de aparatos aéreos de alto valor, lo que evidencia la utilización de prestanombres, una figura muy socorrida por los viejos zorros que abrevan en las procelosas aguas de la política. De ser así, y conocerse la filiación de los “pasajeros” estaríamos ante un caso extremadamente delicado que confrontaría no sólo a los gobiernos de México y Venezuela sino igualmente a los funcionarios mexicanos al servicio de las mafias. No aventuro nombres por el momento. No olvidemos que la detención de Héctor Luis “El Güero” Palma Salazar, ocurrió cuando fue obligado a descender el Lear Jet en donde viajaba, en 1995, en los límites de Nayarit y Jalisco. El aparato en que volaba pertenecía a una empresa cuya socia era, nada menos, Adriana Salinas de Gortari cuyo ex esposo, José Francisco Ruiz Massieu, había asido asesinado en septiembre de 1994, esto es unos meses antes. ¿Hilos conductores o simples coincidencias?

La Anécdota

Para no ser menos que los norteamericanos, en eso de los estigmas y las similitudes –el actual jefe de la Casa Blanca tiene el patronímico Hussein y al apellido Obama, casi Osama, recordando a dos de los grandes enemigos de su país-, en México también se dan líneas bastante ilustrativas; por ejemplo, uno de los funcionarios del gobierno de Querétaro –desde donde partió el avión incendiado en Venezuela-, se llama, nada menos, Jorge López Portillo Tostado y es titular de la secretaría de Gobierno en aquella entidad. Escuché por allí:

–Si a éste “Tostado” lo cambiáramos por “Quemado” estaríamos hablando del ex presidente del mismo apellido. Don José.

Y si a Harvey Oswald le tomamos las cuatro primeras palabras de su segundo nombre tendríamos Harv..ard, la Universidad donde estudió Kennedy y donde recala ahora el señalado calderón por cuanto a la impunidad con la que cobijó a los narcotraficantes en su gobierno con todo y sus aprehensiones escandalosas y poco útiles. Juegos de palabras.

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WEB: www.rafael-loretdemoa.mx

E-Mail: loretdmola.rafael@yahoo.com

LAS CONFABULACIONES CONTRA MÉXICO SE VAN HACIENDO MÁS FRECUENTES Y DESDE DISTINTOS FLANCOS: EL NORTE, CON ESTADOS UNIDOS DESEANDO QUE NOS CONVIRTAMOS EN ESTADO FALLIDO PARA TENER EL ARGUMENTO PERFECTO EN POS DE UNA RECTORÍA TOTAL; DESDE ALLENDE EL OCÉANO, CON LOS ESPAÑOLES EN PLAN DE “RECONQUISTA” OBCECADOS POR LA DEFICIENTE INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA; Y AHORA, TAMBIÉN, EN LA PERSPECTIVA DEL SUR, CON RENCORES VIEJOS Y MITÓMANOS EN EL PODER DESEOSOS DE PERPETUAR SU NOMBRE SOBRE EL DEL CAUDILLO MUERTO, ¿ASESINADO? MADURO, NO SÉ PORQUÉ, ME RECUERDA A LA DUPLA OBREGÓN-CALLES, SONORENSES LOS DOS COMO LO ERA IGUALMENTE COLOSIO, CUYOS DESENLACES NO FUERON AFORTUNADOS: EL ASESINATO DEL PRIMERO Y EL EXILIO PARA EL SEGUNDO, SI BIEN ÉSTE FUE PERDONADO Y MURIÓ EN 1945 EN EL DISTRITO FEDERAL. ME NIEGO A CREER EN LAS COINCIDENCIAS.

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