Desafío: Activista sin Salida

Liu Xiaobo tiene 62 años y nadie dudaba que era un hombre excepcional. Intelectual, sabio y activista reclamó para China un “Estado libre, democrático y constitucional”, en medio de una oleada de protestas en contra de la represión y la autocracia, los males que siempre generan violencia como demuestra la historia universal. Tarde o temprano, los pueblos se cansan, se rebelan y someten a quienes fueron, o creyeron ser, los dueños de la vida colectiva imponiendo reglas tendientes sólo a salvaguardar los intereses de la clase gobernante. Los dictadores pasan, las naciones prevalecen, con alguna excepción.
La Unión Soviética, por ejemplo, pagó con dureza la aplicación de un nuevo modelo político, la perestroika, que abría no sólo las puertas a occidente sino tendía a una modernidad que terminó con la disolución y el surgimiento de una decena de países alrededor de la Rusia actual dirigida, además, por quien es considerado uno de los líderes mundiales con mayor poder e influencia. Esto es, perdida la Unión, los rusos lograron sostener el mono-liderazgo con Vladimir Putin a la cabeza y como amenaza creciente contra los vaivenes del mayor poder de América y Europa, los Estados Unidos, también cargados de vaivenes entre una familia de color, respetada pese a sus crímenes de guerra, y otra de empresarios anaranjados, de piel blanca, totalmente fuera de proporciones y ajeno a la realidad.
De estos polos extremos surgen los gobiernos sin sensibilidad ni autoridad moral, como el chino, capaz de detener por “subversivo” a un sabio luchador y mandarlo a las mazmorras. Ante la brutalidad del caso, como muy pocas veces, la comunidad internacional –formada por organizaciones dispersas-, reaccionó y gestionó para Liu Xiaobo el Premio Nobel de la Paz 2010 que le fue concedido bajo el escozor de la terrible policía china, contra la pared ante la visión del mundo; bajo presión universal, las autoridades, en 2017, determinaron su excarcelación porque el héroe –me permito llamarlo así-, tenía cáncer en el hígado en fase avanzada. Murió en julio del año pasado, apenas unos días después de su liberación.
De poco sirvió la exaltación y el interés mundiales. El gobierno que atesora una de las culturas ancestrales, se cerró tanto como la Gran Muralla y no permitió que la presión universal se impusiera a la soberbia de sus gobernantes, entre ellos Xi Jinping, quien pretende dar una imagen equilibrada pero no tolera a los enemigos de su régimen central, lo mismo que en Venezuela… o México. Por ello, claro, el Nobel de la Paz 2010 es tan importante para la visión global en un mundo agobiado por la pérdida sustantiva de valores y los desequilibrios fomentados por el fanatismo, los odios de la xenofobia y la discriminación racial abierta.
No se trata de pretender una hegemonía universal –como la que quiere imponer el anaranjado Trump-, sino de ser congruentes con las reglas que hacen posible la convivencia humana: la paz, el respeto entre la diversidad de géneros, la libertad de movimientos y la de expresión sobre todo, la tolerancia hacia los distintos y las religiones de diversa índole y, sobre todo, un acusado rigor para salvar al medio ambiente y al mundo que es nuestra caso. No vendría mal un decálogo para la grandeza de nuestra gran patria, el globo terráqueo más allá de los jardines floridos de la Casa Blanca.
La Anécdota
La nación que hizo de la discriminación motivo de una guerra civil, aplica los mismos criterios porque, aterrados sus líderes, quieren vencer a la única guerra en la cual están en desventaja: el terrorismo. El fulgor dantesco de las Torres Gemelas elevó la xenofobia, el racismo y el odio hasta niveles superlativos con la exacerbación grotesca de sus líderes.
Ahora, el drama se agiganta. Cinco naciones de origen musulmán, Libia, Siria, Irán, Somalia y Yemen. Quizá sigamos nosotros, junto con Venezuela, Cuba y Bolivia, hasta que la residencia de la avenida Pensilvania, en Washington, se quede aislada en una utopía enferma. A este punto de degradación hemos llegado.
Y, para rematar, los niños separados de sus padres, las familias vejadas por las políticas migratorias ante un gobierno, el nuestro, que terminará bajo el oprobio.
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