Desafío: De la Competencia

México está en una competencia desigual desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1993, con las signaturas de carlos salinas –y Manuel Camacho Solís en plan de Canciller-, George Bush padre y Brian Mulroney, primer ministro de Canadá en esos años. A todas luces, las potencias del norte fijaron las condiciones mientras el gobierno mexicano, desesperado por no haber encontrado eco en una Europa que asimilaba la integración de Alemania del Este tras el derrumbe del muro de Berlín en 1989, compraba las migajas con un alto costo.

Debo reconocer que, entonces, me extrañó la postura de los líderes de la llamada izquierda, sobre todo la del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas quien se encaminaba a su segunda campaña presidencial, respecto a que debieron ampliarse más los veneros del Tratado para no quedar en desigualdad extrema ante los Estados Unidos y Canadá que cubrieron las espaldas de las industrias líderes con un proteccionismo absoluto en desdoro de cualquier signo de equidad. Me sorprendió, sí, que en este extremo del juego político no se rechazara la tremenda asimetría entre una nación con serios problemas financieros, México, y dos potencias con propósitos expansionistas evidentes. Las consecuencias están a la vista.

No hubo un solo analista financiero capaz de recordar que, hacia el sur, una decena de naciones en desarrollo podrían formar un núcleo duro para contrarrestar los bloques hegemónicos, como la Unión Europea y los países de Asia, encabezadas por China, y evitar la catástrofe de la sumisión o la guerra sucia muy al estilo de la fría que siguen protagonizando Rusia y USA. La solución nunca ha estado en el norte.

Ya hemos dicho que, desde 1986 –un año trágico cuando se recrudeció la persecución contra los periodistas bajo las órdenes del vil secretario de Gobernación, Manuel Bartlett-, el presidente de Argentina, Raúl Alfonsín –ahora reconocido como héroe en su patria-, propuso tanto la creación de un “club de deudores” para frenar al agio internacional como la posibilidad de estructurar una suerte de Mercomún Latinoamericano que, de haberse dado entonces el primer paso, sería hoy uno de los referentes de mayor peso en los mercados universales a futuro. En pocas palabras, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, no tendría un camino tan espinoso hacia su inevitable calvario sexenal.

Así las cosas, puede decirse que Bartlett, ahora falderillo del nuevo régimen, fue quien colocó los mayores obstáculos para despejar los nubarrones del futuro, en 1986 precisamente, y no tiene ni siquiera pudor para reconocerlo… cuando ni siquiera puede entrar a los Estados Unidos sin riesgo de ser aprehendido. ¿Es útil un director de la CFE sin paso hacia el mayor escenario para hidrocarburos y electricidad en el mundo? Ya no veamos al pasado sino al futuro y tal, sencillamente, es insostenible.

Rectifique, señor presidente electo. Demuestre ser un demócrata que se aleja de quienes son infiltrados de la peor mafia de todos los tiempos.

La Anécdota

No es lógico que uno de los funcionarios designados de alto nivel, listos a tomar posesión el primero de diciembre a pesar de la repulsa mayoritaria, no pueda entrar a los Estados Unidos por temor a ser aprehendido por las averiguaciones contra él que no han prescrito. Nos referimos a Bartlett, naturalmente.

¿Tiene sentido crear, de manera superficial y torpe, un conflicto de esta magnitud oficiosamente? La respuesta tendría que ir paralela a otra cuestión: ¿detrás de este personaje existe otro poder, superior al del mandatario en cierne? ¿Digamos los capos y los jefes de los capos que se mantienen desde Estados Unidos, muy encubiertos, y asfixian al Capitolio y la Casa Blanca?
Las respuestas están implícitas en las mismas interrogantes.

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