DICHO SEA DE PASO, EL LABERINTO EN QUE NOS MOVEMOS

La razón de todos los cambios que ha sufrido la constitución de 1917 se resume, sin duda, en un pensamiento del escritor francés Denis Diderot, quien sentencio atinadamente que, debemos tener “Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden, siempre significa poner las cosas bajo su control”.

Quiero explicar que al citar lo anterior, vienen a mi mente todos aquellos presidentes mexicanos, que desde que se inició la época más sangrienta de la revolución y hasta estos días, han modificado la constitución buscando poner el orden.

Mucho poder concentraron, o buscaron concentrar, desde Carranza hasta Peña Nieto. Buscando el orden social, económico y político, se olvidaron de imponer primero, el orden constitucional. Tomaron el control, solo para atender sus intereses. Su aura dictatorial y la sumisión constante del congreso, tienen mucho que ver en que hoy tengamos una constitución con muchas reformas, pero con poca aplicación.

Mi percepción se ve reforzada por los comentarios de personas que me son muy cercanas:

Claudia, me dice que hoy no hay respeto para la ley ni para la autoridad.

Por otro lado, la mejor de mis amigas, una abogada dedicada a la política, me suelta un análisis que aunque simple, es técnico y lapidario: “los legisladores realmente modifican la constitución sin evaluar el factor legal y solo atendiendo al factor político. Únicamente a sus intereses políticos”.

El fondo, la forma y la escasa aplicabilidad de las reformas constitucionales de los últimos dos años, son el sustento de estas posiciones, tan ciudadanas como las de cualquier mexicano.

Vivimos, por una parte, ante una evidente falta de respeto a la ley, que todos los días es vulnerada con hechos tan simples como la informalidad, la piratería, el moche o la mordida. Esta es la realidad fomentada por aquellos que son los primeros en faltarle al respeto a las leyes, pues se les dio un puesto de autoridad al que le han puesto precio.

Y es que los gobiernos reformistas se han burlado de todos, pues los legisladores, sometiéndose al ejecutivo, hacen reformas incompletas o innecesarias a la carta magna. Atienden a su interés político y no al interés de la ciudadanía que los eligió. La representación popular rara vez oye al ciudadano. La representación popular nunca escucha al ciudadano.

Reformas van y reformas vienen y no se logra un avance real en el orden político, económico o social.

A pesar de tantas modificaciones, todas las elecciones de los últimos 25 años han sido cuestionadas. Que si se cayó el sistema, que si los amigos de Fox, el Pemexgate, el voto por voto o las tarjetas de monex y soriana.

Hoy, con la prisa por darle a la oposición una reforma política y que el PRI obtuviera los votos para su reforma energética, se ha creado un monstruo y se ha desarmado al IFE. Absurdamente no se desaparecen los consejos estatales que han sido el coto del poder de los gobernadores, para el manejo de sus elecciones. Tampoco se instaura la segunda vuelta en la elección presidencial, porque no conviene al gobierno.

El federalismo ha muerto, todo se manejará en la capital de la república, desde el pago de maestros, la compra de medicamentos, hasta el nombramiento de consejeros electorales locales. Incluso el presidente de la republica ya nombra gobernadores de facto.

Dijera mi abuela: “Salimos de Guatemala, llegamos a Guatepeor”.

Las últimas reformas han trasladado el poder, concentrado en los pequeños caciques locales en que se habían convertido los gobernadores, tras la caída del PRI en el 2000, a una clase política privilegiada que surgió con el regreso del PRI en el 2012 y que es integrada por los amigos del Presidente. De facto se ha instaurado una fraternocracia. El gobierno ejercido por un grupo de corruptos de alto copete.

A nuestra constitución la han hecho tan benévola que hasta regala curules. De la reducción del congreso que prometió, al presidente no le interesa hablar.

Desconfiamos tanto del gobierno, que inventamos órganos autónomos para todo, en vez de que se persiga, se combata y se erradique la corrupción.

Y esto tiene que ver mucho con el sistema económico. Hemos pasado por el liberalismo social, la economía de Estado y el neoliberalismo. Tan mal se han instrumentado que la mitad de los mexicanos son pobres y un número elevado son muy pobres.

Tenemos gobernantes ricos y ciudadanos pobres. Pero ahora los gobernantes ya no hacen su patrimonio robando, convenientemente les es “donado” o “heredado”, aunque no sepamos por quien, pues aunque instauraron la transparencia, esta no puede ser tanta.

Lejos del postulado constitucional, el sistema fiscal mexicano no es ni proporcional ni equitativo, simplemente porque aquí no todos contribuyen.

El mexicano hace de la informalidad y la evasión una costumbre diaria, solapada por una elite corrupta que los ha vuelto su clientela y el gobierno permite estas acciones a costa de los que sí pagamos impuestos.

La paz social no existe, pues vemos el regreso al paramilitarismo de los años 60’s y 70’s.

El monopolio del uso de la fuerza pública dispuesto por la constitución, en este gobierno lo ha convertido en letra muerta. Ante el surgimiento de autodefensas el gobierno solapó grupos armados al margen de la ley y terminó respaldándolos sin tener certeza de su origen y su método de financiamiento.

En el colmo de los absurdos, revivió al cuerpo de rurales del que no se oía desde los tiempos de la revolución y ahora, sin aclarar las dudas ya señaladas, le va a dar al delincuente un uniforme una placa y un sueldo. Un arma no, porque tienen mejores que las que tiene el gobierno. Han creado un monstruo que tarde o temprano se volverá contra ellos.

Aunque se dio una modificación constitucional para establecer la participación ciudadana, la legislación secundaria, como en muchos otros casos, no existe. Hoy el ciudadano manda pero está muy lejos de gobernar. Al aprobarse esta modificación se satisfizo un reclamo de la izquierda pero que no puede ejecutarse.

El gobierno del atole con el dedo, consiguió lo que quería y la izquierda se ha vendido por una torta de nada.

Hace 97 años se pensó en una constitución progresista que tenía como principios, la justicia, la igualdad de oportunidades donde coexistiera un liberalismo económico con la protección del débil y la asistencia al necesitado; se creyó en una democracia con un sistema de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado.

En esta semana se conmemora un aniversario más de la promulgación de la Constitución. Una Constitución que ya no es esa Constitución. Una Constitución que tiene dos caras: Por un lado es la Constitución que todos violan y por el otro es la Constitución que nadie respeta.

Reformas al vapor a nuestra carta magna nos han llevado al laberinto en que nos movemos y para encontrar la salida, tal vez es necesario pensar, que la clave está en los principios.

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