El sendero de los iluminados

El sendero de los iluminados: Humano e Inhumano

Por AMEP 1111

El oficio o el gustó por escribir, equivale a morir, por lo menos eso pensamos los no creyentes.

En otras palabras, sin duda alguna la raza humana tiene acceso a la vida aunque no viva como ser humano, pero sobre todo, a la muerte. Estamos hechos de vida y de muerte en un ciclo sin fin llamado evolución, al tener acceso a estos dos estados, se cae en la tortura al aceptar o al flajelarse mentalmente sobre ésta condición, hay vida pero no muerte, solo transformación.

Tarde o temprano el ciclo llamado muerte aparece pero no es un final, es un comienzo, en pocas palabras, los seres humanos hemos de soportar el pensamiento de la muerte.

Sabernos humanos nos causa un miedo que nada lo quita, para otros es un castigo. Para unos aprendizaje y para unos cuántos un paseó. ¿Y lo inhumano, esto es, lo animal, es lo que nos hace primitivos?

Parece que no le damos mayor importancia, a no ser que lo tengamos seguro. Pero, ¿tenemos segura la vida? Indudablemente, no, lo que nos conduce a una especie de negación. Se habla de todo, menos de la muerte.

Se rehuye siempre, hasta que no se tiene cerca y de frente no se observa, son pocos los que la reconocen, este es un apego y un temor que genera un encadenamiento gigante. Nos parece tan lejana la muerte que creemos que nunca nos alcanzará, no importa la edad que tengamos.

Lo inhumano no sería exactamente lo malo, lo malvado, lo perverso, tal estado serían nuestros sentimientos y pensamientos de malestar o bienestar que genera la dualidad hecha por los hermanos Anunnaki, Enlil Jehová Satanás y Enki Lucifer, conspirando con el falso Jesús de Nazaret llamado Marduk, generando una esperanza de dolor o de alegría.

Pero de ésta no tenemos idea alguna. Solo es la nada. ¿Pero, podemos pensar en la nada?

Se puede, solo hay que intentarlo, en la nada se encuentra nuestro interior, en el silencio la voz de nuestra conciencia y en la soledad la compañía de uno mismo como ser.

Lo único que siento en el exterior sobre los que inician el descubrimiento es una interrogante llena de temor e incertidumbre, confusión. La dualidad lo único que hace sentir son estados de ánimo agradables o desagradables. De ahí no pasamos, se es un péndulo oscilando entre “lo divino” o hasta que se adueñe de nosotros, o “lo malvado”.

Lo normal sería “lo humano” o algo que se le parezca.

Nadie, como Hermann Hesse, escribe tan dramáticamente de estos dos estados: “El lobo estepario tenía, por consiguiente su sino. Y puede ser también que este sino no sea tan singular y raro. Se han visto ya muchos hombres que dentro de sí tenían no poco de perro, de zorro, de pez o de serpiente, sin que por eso se hubiesen tenido mayores dificultades en la vida”.

Al hacer esta referencia no podemos dejar de mencionar El hombre que parecía un caballo, de Rafael Arévalo Martínez.

Ya es hora de que destaquemos o hagamos hincapié en lo “humano bajó la comprensión como raza con una conciencia fecundante hacia el amor a uno y por los demás sin juzgar los procesos”.

El amor como primer valor y el respetó como primer principio sin duda, aunque a veces nos sintamos más parientes de otros animales. Que tiene, entre otras calidades o cualidades, la de desconocer la muerte provoca aferrarse a la vida y miedo a lo desconocido.

Porque nuestra “inhumanidad” se entrega de lleno a la vida, en un desconocimiento absoluto de muerte llamado terrenal.

Podríamos llegar a la conclusión de que lo “inhumano” que hay en el hombre es lo vital, es eros, y que, por el contrario, “lo humano”, que es su sentimiento, su pensamiento, su dolorosa conciencia de la muerte, sería lo mortal, sería thanatos.

Colocado el hombre ante perspectivas tan desmesuradas, trataría de huir de su trágica “humanidad”, para acercarse a su feliz e inconsciente “animalidad” por juzgar y creer que es especial y que pertenece a otro lugar fuera de este habitad.

Pero no podemos desprendernos de esta inquietante “humanidad” que nos hace débiles y poderosos, humildes y soberbios, felices e infelices, pero sobre todo conscientes de todo lo que nos rodea: de nosotros mismos, de los demás; pero más que nada, de la muerte, de nuestra propia muerte, morir para vivir, la muerte solo es el vínculo a otra existencia.

Y si alguna vez escribimos que “escribir es ser”, hoy aseguramos que escribir es también empezar a morir, es ser “humanos” y abandonar nuestra espléndida “inhumanidad”, nuestra paradisíaca “animalidad”, para caer, poco a poco, en la inmediatez de thanatos en el recelo angustioso de nuestra nada y del todo.

Nuestra hostilidad nos viene, no de lo animal, sino de lo humano que nos reprime, ata, destroza, que nos hace pensar y por lo tanto sufrir. Ante esta afirmación, cabría la pregunta, ¿entonces nuestra bondad nos vendría de nuestra “inhumanidad”, de nuestra primitiva y simple animalidad?

La respuesta más adecuada es que si, nuestra animalidad o nuestra parte primitiva no conoce hostilidad, tampoco conoce bondad, siendo ajena, como lo es al mundo circunstancial de ética, característica exclusiva de lo humano.

Por ello es importante no separar si no unir, dar, agradecer, no engrandecerse, no permitir que la vanidad nos atrape, respetar las formas y comprender los procesos, saber de la dualidad y de que en la vida sin saberlo alguien ocultó en ti llamado Walk-In puede estar manipulandote.