AMEP1111

El sendero de los iluminados: Las verdades universales

Dicho en pocas palabras, las verdades universales ponen freno al narcisismo y reprimen al ego, nos obligan a ir más allá de nuestros deseos subjetivos y a hacer frente a una realidad que nos trasciende. Cada vez resulta más evidente que el constructivismo social extremo constituye el último reducto del subjetivismo y del narcisismo (lo que justifica, en mi opinión, la popularidad que ha despertado entre los miembros de mi generación, tan proclives al ombliguismo). El hecho de no querer que nada vulnere nuestros caprichos egocéntricos («una visión errónea de la libertad») nos lleva a deformar los hechos. A las feministas les desagrada la relativa ventaja que poseen los varones en cuanto a fortaleza física y movilidad, de modo que no dudan en afirmar que esos datos biológicos son meras construcciones culturales. A los integrantes de la nueva era les molestan las limitaciones convencionales, de modo que no tardan en afirman que ésas son meras construcciones culturales. Así es como los ecólogos profundos, las ecofeministas, los retrorrománticos y los defensores del nuevo paradigma recurren al constructivismo social como preludio para negar toda realidad que les incomode y reemplazarla por otras que les gustan más.
Son muchos los críticos que han subrayado los rasgos distintivos de los estudios culturales realizados por los baby boomers: constructivismo social (puedo deconstruir lo que me dé la gana), relativismo (no me dejaré reprimir por ninguna verdad universal), equiparación entre la ciencia y la poesía (despojémonos de los hechos objetivos que obstaculizan mi camino), contextualismo extremo (no existe ninguna verdad universal excepto la mía propia), todas las interpretaciones son respuestas del lector (yo soy el único creador de mis propios significados), rechazo de toda metanarrativa y de las grandes imágenes (excepto la mía propia, obviamente, según la cual todas las demás grandes visiones están equivocadas), antirracionalismo (no existe más verdad objetiva que la mía) y antijerarquía (no existe nada superior a mí). Y todo esto resultaría grotesco…
… en mi opinión, el postmodernismo encierra algunas verdades muy importantes (aunque parciales) y deberíamos centrar exclusivamente nuestro ataque en las versiones extremas que consideran que el relativismo, el constructivismo y el contextualismo son las únicas verdades de la existencia, en cuyo punto se tornan contradictorias y absurdas. No habría, pues, que olvidar que la agenda postmoderna encierra impulsos muy nobles que convendría salvar ubicándolos en un contexto mayor que delimite sus pretensiones y les ayude a conseguir sus objetivos.
Y cuando hablo de las nobles verdades de la agenda postmoderna me estoy refiriendo concretamente a la libertad, la tolerancia, la visión aperspectivista y la emancipación de las convenciones innecesarias o injustas. Porque el postmodernismo liberal ha aceptado siempre las diferencias culturales y las perspectivas diferentes, incluyendo culturas y grupos previamente marginados (como los de las mujeres, las minorías, los homosexuales, etcétera), una postura (denominada pluralismo universal) que constituye un gran logro evolutivo que sólo puede presentarse en el nivel de desarrollo postconvencional.
Pero resulta que, en su celo por «transgredir» y «subvertir» los niveles convencionales en pro de la libertad postconvencional, la agenda del postmodernismo liberal extremo acabó abanderando todas las posturas (multiculturalismo extremo), incluyendo muchas que eran abiertamente etnocéntricas y hasta egocéntricas. Y esta visión que valoraba por igual todos los puntos de vista alentó tendencias regresivas y provocó una involución desde el mundicentrismo hasta el etnocentrismo e incluso el egocentrismo, cayendo en una espiral subjetivista y narcisista que acabó impidiendo todo paso hacia adelante. Cuando el pluralismo universal se despoja del lado universal acaba convirtiéndose en un pluralismo meramente narcisista.
En mi opinión, nuestro ataque debería centrarse contra ese tipo de pluralismo que acaba con la necesidad de evolucionar hasta los niveles mundicéntricos y postconvencionales, único trampolín posible, por otra parte, a la visión liberal. Porque lo que Habermas, Nagel y tantos otros están señalando (algo con lo que yo, por mi parte, estoy completamente de acuerdo) es que la agenda del liberalismo postmoderno resultará autodestructiva hasta que no reintegremos el componente universal. No deberíamos, pues, olvidarnos de los nobles impulsos ocultos en esa visión ni de la posibilidad de rescatarlos y asumir una postura postmoderna y liberal que realmente sea unitas multiplex, que tenga en cuenta tanto los rasgos universales pro¬fundos como los rasgos superficiales locales. Sólo podremos acceder a la empatía y la compasión verdadera cuando el pluralismo universal aliente el paso de lo egocéntrico a lo sociocéntrico y, desde ahí, a lo mundicéntrico, abriendo al individuo a las dimensiones espirituales universales.
La verdadera libertad, la libertad real (el núcleo fundamental, en suma, de los valores liberales) no descansa en los reinos egocéntricos ni etnocéntricos, sino en la vasta expansión de la conciencia mundicéntrica que nos abre a las dimensiones infinitas del Espíritu puro y del Yo primordial, un Yo común a todos los seres sensibles y un dominio en el que la Libertad irradia en todas direcciones. Éste es, precisamente, el motivo por el cual debemos despojarnos de las actitudes preliberales y movernos en una dirección resueltamente postliberal. Resulta irónico que el postmodernismo liberal, en busca de la libertad para todos, haya acabado convirtiéndose en un adalid de la esclavitud. Porque hay que decir muy claramente que el egocentrismo y el etnocentrismo no alientan la libertad, ya que el primero nos somete a nuestros impulsos y el segundo nos esclaviza al color de nuestra piel. Únicamente en el espacio expandido de la conciencia mundicéntrica (que coloca a la individualidad madura en el contexto de todos los individuos y se mueve fácilmente en él) podrá comenzar a despuntar la verdadera libertad, una libertad que se abra al Espíritu puro y abrace la Totalidad. Despojemos, pues, al li-beralismo de todas esas absurdas contradicciones y permitámosle volver a moverse en la dirección del desarrollo y la evolución progresiva.
Son los atolladeros del narcisismo y del relativismo extremo lo que están tratando de limpiar (muy acertadamente, a mi entender) todos esos críticos. No debemos olvidarnos de que, en opinión del postmodernismo extremo, no existe (ni puede existir) nada universal. Pero el Espíritu es algo universal y omniabarcador, es el Fundamento de todas y cada una de las manifestaciones de la existencia. En consecuencia, si (como afirma el postmodernismo extremo) no existe, ni puede existir, nada universal tampoco existe, ni puede existir, nada genuinamente espiritual. Convendrá, pues, mantenerse abiertos a los nobles impulsos ocultos en la visión original del pluralismo universal (de unitas multiplex) y sumarnos al ataque contra quienes se han olvidado de unitas y sólo se centran en multiplex.

AMEP1111

Deja un comentario