Fort de France: ¿Una ciudad deudora de las catástrofes?

La Habana (PL) Numerosas catástrofes naturales y humanas y la rivalidad con otra villa caracterizaron la historia de Fort de France y determinaron el desarrollo que hoy tiene como capital de la isla caribeña de Martinica, departamento ultramarino de la República Francesa.

Fort de France está ubicada en la costa occidental de Martinica, un territorio insular montañoso y de origen volcánico, situado al norte de Santa Lucía, y perteneciente al grupo de las pequeñas Antillas, al este del mar Caribe y denominadas Islas de Barlovento.

Su primer asentamiento comenzó con la construcción de un fuerte con empalizada denominado Fort Royal, establecido en un lugar originalmente habitado por indígenas kalinagos (caribes), en la entrada de la mayor bahía de la isla descubierta por Cristóbal Colón en 1502, pero no colonizada por España.

En la primera mitad del siglo XVIII se instalaron allí los franceses, luego desplazados por holandeses e ingleses, hasta que en 1674 Francia compró esa isla que dedicó a producir tabaco, café y azúcar, con mano de obra esclava africana.

En medio de conflictos con los kalinagos, holandeses e ingleses se estableció en torno a Fort Royal el asentamiento de Fort Saint Louis, rodeado de pantanos, un ambiente insalubre que ocasionaba una elevada mortalidad por malaria.

Pero al mismo tiempo ese emplazamiento resultaba fácil de defender y su puerto estaba más al abrigo de los temibles huracanes que el de la ciudad de Saint Pierre, ubicada en la costa oriental de Martinica y con más potencial comercial.

Además del paludismo, los habitantes de Fort Saint Louis, que pronto empezó a llamarse también Fort de France, sufrieron otras adversidades. Fue arrasada por un terremoto el 11 de enero de 1890, seis meses después fue afectada por un gran incendio y un año más tarde un huracán dejó más de 400 muertos.

Parecía que todas las desgracias conspiraban contra ese asentamiento cuando el 8 de mayo de 1902 una catastrófica erupción del volcán Mont Peleé arrasó Saint Pierre, hasta entonces el centro urbano más poblado de Martinica.

Cuentan los historiadores que una luz intensa dominó la cima del estratovolcán de mil 397 metros de altura, se elevaron negras nubes de humo visibles a 100 kilómetros y sorpresivamente un flujo de lava bajó por las laderas y en poco menos de dos minutos arrasó Saint Pierre con saldo de 20 mil muertos.

Aquel desastre transformó a Fort de France en la ciudad más importante de la isla, y se emprendieron con urgencia acciones para desecar y sanear los pantanos y construir nuevos barrios y la población se triplicó hasta albergar hoy a más del 40 por ciento de los habitantes de Martinica.

Su puerto se convirtió en pocas décadas en el quinto más importante de Francia por volumen de carga y devino además en una excelente terminal de cruceros que atrae a innumerables turistas.

La ciudad ha sido cuna de personalidades ilustres y entre las más célebres figuran casi una veintena de intelectuales y escritores, entre ellos Aimé Césaire (1913-2008) y Frantz Fanon (1925-1961).

El poeta y político Césaire fue ideólogo del concepto de la negritud y su obra estuvo marcada por la defensa de las raíces africanas. Sus ideas fomentaron un movimiento contra la opresión cultural del sistema colonial francés en las dependencias africanas y caribeñas e impulsaron un pensamiento humanista.

Afiliado al Partido Comunista Francés desde 1945 hasta 1956, Césaire creó luego el Partido progresista Martiniqués desde el que reivindicó la autonomía de la isla y fue alcalde de Fort de France hasta el 2001 cuando se retiró de la política.

Otro hijo ilustre de Fort de France fue el psiquiatra, escritor y filósofo Frantz Fanon, quien en su efímera pero activa vida de 36 años devino pionero del movimiento de descolonización.

De antepasados africanos, tamiles y blancos, Fanon sufrió en Martinica el racismo colonial, a los 18 años escapó a Dominica, se sumó a las Fuerzas de Liberación Francesa y combatió contra Alemania nazi en la Batalla de Alsacia.

En 1945 Fanon regresó a Martinica para apoyar a su amigo y mentor intelectual Césaire y luego volvió a Francia a estudiar Psiquiatría graduándose en 1951 y ejerció en Argelia, donde introdujo novedosas prácticas de terapia social.

Ya para entonces había escrito su libro «Piel negra, máscaras blancas» donde analiza y critica la colonización cultural, y se integró al Frente de Liberación Nacional de Argelia revelándose como uno de sus estrategas, hasta que afectado por leucemia viajó a Moscú y luego a Estados Unidos, donde falleció en 1961.

Su testamento político, el libro «Los condenados de la tierra», fue considerado por el filósofo Jean Paúl Sartré (1905-1980) «un llamado inequívoco a la lucha armada» e influyó en varios movimientos de liberación nacional del siglo XX.

Es por estos acontecimientos y sus figuras que pasear por Fort de France es recorrer la historia de la ciudad, de Martinica y de una parte del mundo.

Las guías turísticas recomiendan visitar la biblioteca Schoelcher, el Fuerte Saint Luis, el Jardín de la Savane, el Palacio de Justicia, la Iglesia Redoute, la Basílica Montmartre de Balata y el Parque Floral, pero vale la pena también ver otras cosas.

Llama la atención una estatua erigida a la memoria de una mujer nacida en Martinica, Marie Joséphe Rosé Tascher de la Pagerie, conocida como la emperatriz Josefina de Beauharnais, quien fuera esposa de Napoleón Bonaparte.

También impacta la Catedral, Monumento Nacional de Francia, diseñada por el arquitecto Pierre Henri Picq y erigida totalmente en madera entre 1891 y 1895, que ha resistido hasta hoy frecuentes incendios, huracanes y sismos.

Pero Fort de France es también parte de la diversidad que atesora Martinica, una isla pequeña, de 65 kilómetros de largo por 27 de ancho, con bellezas naturales, riqueza cultural y una población hospitalaria, que se hacen llamar «foyaleses».

Las distancias son tan cortas que desde la capital es fácil transportarse a cualquier punto de la isla, surcada por abundantes pero cortos ríos que irrigan una llanura central y una selva de helechos y árboles de caoba.

Pocos animales endémicos pueblan esos parajes, entre ellos los roedores manikous, las tarántulas matoutous, las iguanas verdes, las serpientes cabeza de lanza, presentes en su escudo y bandera, las garzas y los colibríes.

Es usual ir de Fort de France a las playas de arenas blancas del sur de la isla o a las de arenas negras de origen volcánico de la costa del norte, y disfrutar de una costa llena de caletas y arrecifes, propicios para nadar, bucear y pescar.

Muchos viajeros recorren su selva, otros prefieren los senderos montañosos o los baños en playas o en manantiales termales, pero todos regresan a Fort de France, una ciudad con estilo propio, autóctono, donde se habla más criollo que francés.

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