LA LEY Y EL ORDEN

El físico alemán Albert Einstein, dijo, con gran razón, que “la vida es muy peligrosa. No sólo por las personas que hacen el mal, sino por las personas que se sientan a ver lo que pasa”.

En nuestro país, no puede entenderse el clima de violencia e inseguridad que impera, si no es atendiendo a lo que expresó, quien ganara el premio Nobel de física en 1921.

Y es que, si bien en cierto que desde sexenios anteriores el asunto se ha convertido en un problema que los gobiernos no han podido resolver, también en cierto que el gobierno del presidente Peña Nieto ha fallado desde el momento que no lo ha tomado como una prioridad, sino que lo ha dejado pasar y a los grupos criminales los ha dejado ser.

El gobierno se encuentra carente de una verdadera estrategia para combatir a la delincuencia. Se ha olvidado de generar un programa integral en el que coexistan, el ataque frontal a los grupos delincuenciales, en el que la prioridad sea el mermar su capacidad operativa y su capacidad financiera, y el generar también los mecanismos que logren una efectiva prevención del delito.

Lejos de ello, el gobierno centra su actuación, en el tema de la seguridad, en una campaña mediática, en realidad discreta, en la que habla de su trabajo de inteligencia y la detención de algunos grandes capos. En sus presentaciones y en las muy pocas veces que quieren hablar del tema, el presidente y sus secretarios se limitan a comentar, a grandes rasgos, sus pequeños logros, evitando dar cifras, no porque no las tengan, sino porque son patéticas para un presidente que, como candidato, prometió resolver este problema.

La campaña, como estrategia de medios, es muy mala; como estrategia de seguridad es absurda. Quizá, en algunos aspectos puede ser aplicable lo que refiere Walter Isaacson, en su libro «Steve Jobs», en el que aconseja: “aparenta tener el completo control de las cosas, y la gente asumirá que lo tienes“; sin embargo, en el tema de la seguridad, como en el tema de la economía, no puede apostarse todo a las apariencias.

Y no se le puede apostar, en materia de seguridad sobre todo, porque los ríos de sangre ya corren en cualquier esquina, porque los números de secuestros y extorsiones son altísimos y no se ve cómo puedan descender, porque no hay un verdadero compromiso para convertir la corrupción, que ha contaminado todos los cuerpos policiacos y, sobre todo, porque este gobierno se atrevió a actuar con una absurda tolerancia a grupos civiles que, además de estar ilegalmente armados, tienen orígenes, financiamiento y objetivos demasiado obscuros.

El gobierno de la república, inicialmente, solapó y toleró a grupos armados en Michoacán y Guerrero, los cuales se fueron multiplicando y su armamento fue cada vez más sofisticado e ilegal, toleró que estos grupos organizaran verdaderas cacerías, disfrazadas de operativos. Con esta tolerancia, al solapar lo ilegal, se alejó el Estado de su razón de ser y se volvió un Estado criminal, pues como dijo Thomas Mann, “la tolerancia es un crimen, cuando lo que se tolera es la maldad”.

Nadie niega que los ciudadanos que formaron estos grupos tuvieran el derecho de proteger su integridad, sus propiedades y a su familia, de cualquier acto de delincuencia, pero de ahí a que se solapara que estos ingresaran, comunidad por comunidad, apresaran, lesionaran y hasta mataran a otros civiles por el simple hecho de que alguien los acuso de ser templarios, implica cruzar esa delgada línea que separa la tolerancia de la complicidad. Las personas muertas por las balas de las autodefensas, tenían dos derechos fundamentales: a la vida y a que en un juicio justo pudieran defenderse de la acusación. La narrativa de estos hechos se compara a las persecuciones vividas en tiempos de la Inquisición.

Es una verdadera aberración que el gobierno confunda el quitarle armas prohibidas a una persona, con el hecho de saber qué persona tiene esas armas prohibidas. Se burla de la ley o demuestra que no la conoce, quien diseñó la estrategia de desmovilización de estos autodefensas.

No es concebible que se creé una fuerza rural en el estado de Michoacán para aglutinar a los autodefensas.

El problema, lejos de solucionarse, parece haber crecido. Los templarios, aunque muy debilitados, siguen operando en el estado de Michoacán y peleando pequeñas plazas en Jalisco, Guerrero y el Estado de México. Tienen en Servando Gómez, “la Tuta” , a un líder que, para vergüenza del gobierno, ha mostrado más astucia y estrategia; y sobre todo, los grupos de autodefensa fueron cooptados y sometidos en la nueva fuerza rural, que será controlada por el gobierno del Estado, sí, por ese gobierno que ha sido exhibido porque sus más influyentes personajes trataron directamente con “la Tuta”.

Y es que, además de todo, la fuerza rural es un remedo de cuerpo policiaco, sin preparación, con un muy limitado y ambiguo sustento legal, que si no da pena, da risa.

Pena, porque al mismo sujeto al que le registran un cuerno de chivo de su propiedad, hoy le dan un revolver como arma de cargo.

Risa, cuando vemos las fotos de un anciano botijón, como lo es Estanislao Beltrán “el papá pitufo”, ponerse el uniforme de la fuerza rural. ¿Quién puede ver a ese anciano como un policía confiable?.

Y tal parece que el aparente desenlace michoacano es el objetivo mínimo del presidente Peña Nieto, estados en relativa paz social, en los que los problemas se resuelven a medias.

El problema de Michoacán se ha silenciado, mas no se ha resuelto y si el mexicano voltea la mirada, sólo puede ver más sangre.

La propia tierra del presidente, el Estado de México, está convertida en un campo de batalla. Células de los diversos cárteles, se pelean el terreno palmo a palmo y con extraordinaria crueldad, sin que el gobierno local ni los enviados del gobierno federal, den una muestra de que sí pueden resolver la situación.

Tamaulipas es la tierra en que parecen renacer los Zetas, pues todos los días se sabe de enfrentamientos entre delincuentes, o de estos con las fuerzas federales, en los que hay decenas de muertos.

Las imágenes, rudas y crudas, nos hacen ver que en México, nos encontramos en estado de guerra.

Por eso, no es difícil de creer la declaración de José Manuel Mireles, el depuesto vocero de las autodefensas michoacanas, de que estos grupos se van a replicar en otras entidades, como Nuevo León, Veracruz, o el mismísimo Distrito Federal.

El gobierno de la república nos ha cambiado el paisaje por su propia incapacidad e inacción ante la violencia. Hemos pasado del romanticismo de los pueblos mágicos, al surrealismo de los pueblos trágicos.

Y es que el gobierno ha pasado de ser aliado de delincuentes a estar formado por delincuentes.

No sólo hay casos como el de Jesús Reyna y compañía, sino además, y en especial, están los casos de aquellos que no matan pero dejan matar.

En un principio, el gobierno tuvo como aliado al Dr. Mireles, le pagaron las cuentas de hospital, fue el vocero de las autodefensas y en ocasiones, el único interlocutor válido con estos grupos, pero por alguna extraña coincidencia, al igual que en el caso de Hipólito Mora, cuando empezó a cuestionar al comisionado Alfredo Castillo, le empezaron a salir muertos de debajo del colchón.

Es absurdo que, si le solaparon que portara armas largas y les permitieron que fueran a “liberar comunidades” y se enfrentaran con otros civiles armados, delincuentes o no, hoy el gobierno se diga sorprendido de haber tratado con homicidas.

El problema es que el gobierno está ensimismado, es soberbio y actúan sobrados de sí mismos. El comisionado es un embaucador igual que el presidente.

Los antiguos aliados que ahora vayan a prisión, solo pagaran el precio de estar criticando la autoridad, a esas autoridades que pretenden imponer su discurso como una falsa realidad y están diluyendo la única alianza que les podría ya ser posible, la alianza con la ciudadanía.

Y es que sólo dos cosas quedan claras:

La primera es que el gobierno se muestra como un gobierno egoísta, pues como decía Jean Cocteau, “un egoísta es aquel que se empeña de hablar de sí mismo, cuando tú te estas muriendo de ganas de hablar de ti”. Egoístas y sordos se empeñan en creer que ellos y solo ellos serán los salvadores de este país y no escuchan el grito de una nación que se desangra.

La segunda y más grave, es que en este país, la ley y el orden es algo que no vemos y solo recordamos de cuando la pasaban por canal 5.

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