Las desventuras de un gobernador en Estados Unidos

La Habana (PL) El cierre de varios carriles de un puente que enlaza Nueva Jersey con Nueva York, el Washington Bridge, sacudió el escenario político estadounidense y golpeó tempranamente a una de las principales figuras republicanas, el gobernador Chris Christie, camino a los comicios presidenciales de 2016.

Después de airearse la información y tras declaraciones de Christie intentando desvincularse de la acción de su equipo de gobierno, el escándalo alcanzó proporciones nacionales y un amplio despliegue de los medios de prensa locales.

Las turbulencias causadas por los cierres repentinos en septiembre de 2013 de dos carriles del puente, un acto que un alto funcionario que ordenó su reapertura consideró pudo haber violado la ley federal, tienen cola y todo indica al popular gobernador como la primera víctima de los «trapos sucios» en la lucha por la presidencia en 2016.

La debacle ha dañado la reputación de Christie, considerado un posible favorito del Partido Republicano en las elecciones presidenciales de 2016 e incluso, algunas encuestas lo situaban como el de más posibilidades para derrotar a Hillary Clinton si esta es ungida como la aspirante demócrata.

Durante meses el político había minimizado el desorden del tráfico de cuatro días e insistido en que su equipo no tenía nada que ver con eso.

Sin embargo, correos electrónicos y textos filtrados a medios de prensa sugieren que algunos de sus colaboradores y aliados planificaron el cierre de los carriles. Esto refuerza reclamaciones de los demócratas, de que eso fue una venganza política contra el alcalde de Fort Lee, Nueva Jersey, la ciudad más afectada por los atascos de tráfico.

El alcalde es un demócrata que, a diferencia de muchos en su partido, no había dado su apoyo a la reelección de Christie.

Parece intrascendente para personas no familiarizadas con el asunto pero un correo electrónico de Patrick Foye, director ejecutivo de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, ordenó la apertura de los carriles el 13 de septiembre y criticó el cierre.

Foye dijo que una serie de normas fueron ignoradas al ordenar la clausura de los carriles y que él creía que «esta decisión precipitada e imprudente viola la ley federal y las leyes de ambos estados.»

En una conferencia de prensa el 9 de enero, el gobernador insistió en que él no jugó ningún papel en un supuesto complot para diseñar el lío de tráfico y censuró la «estupidez absoluta» de sus asistentes, al parecer involucrados.

Mensajes adicionales publicados el 8 de enero mostraron a ayudantes de Christie regodeándose con los problemas de tráfico originados, y haciendo comentarios denigrantes sobre el alcalde de Fort Lee.

Todo parece indicar que Christie no es tan inocente en lo que ya se nombra por algunos como el Bridgegate, nada parecido a lo pasado al expresidente Richard Nixon hace 40 años con su Watergate.

El caso Christie, por demás, muestra que en Estados Unidos nadie está exento de verse envuelto en un escándalo, más si es una figura política.

Muchos recuerdan ahora la época de George W. Bush, cuando un asesor presidencial filtró la identidad como agente de la CIA de la rubia y esbelta esposa de un diplomático, algo entonces visto como una venganza política porque el exembajador contrarió a la Casa Blanca sobre la agresión contra Irak y las armas de destrucción masiva.

John Aloysius Farrell, autor de biografías de importantes personalidades, quien ahora trabaja en la próxima de Nixon, estima que en estos casos, como el de Christie, el miedo juega un papel importante en los escritos de intereses especiales, donde los individuos y grupos privados se conceden habitualmente licencia que a los líderes electos se les niega.

Para Farrel, la historia política estadounidense está llena de piernas rotas y narices ensangrentadas, así como de chantajes, robos y otros trucos sucios, lo que ahora golpea a Christie y ha afectado a muchos políticos estadounidenses durante la historia del país.

El Bridgegate, por otra parte, aparece en momentos en que el exsecretario de Defensa, Robert Gates, colocó en entredicho a potenciales candidatos demócratas a las elecciones de 2016 como la exprimera dama Hillary Clinton y el vicepresidente Joseph Biden.

Las ideas de Gates sobre ambos aparecen en un libro sobre sus memorias tanto en el Pentágono como cuando se desempeñó como director de la CIA y para analistas no son más que un adelanto de lo que está por venir.

Por lo pronto, y sin establecer el impacto del escándalo en las posibilidades del político republicano que gobierna el llamado Estado Jardín, otros potenciales aspirantes a la boleta republicana como el gobernador Scott Walker (R-Wisconsin) guardan silencio aunque no dejan de aprovechar lo que le pasa al colega en desgracia.

Las desventuras de Christie no son más que un adelanto de lo sucia que puede ser la puja por la presidencia en 2016 y desde ahora muchos que aspirarán deben poner su barba en remojo, como dice el refrán.

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