NOS ROBAN A MÉXICO

Si Benito Juárez viviera, seguramente repetiría, parado frente al senado, aquella maldición en la que dijo “Malditos los que defienden al pueblo con palabras y lo traicionan con los hechos”. Y esa maldición se la lanzaría a la totalidad de la clase política, de uní y otro lado de las vallas metálicas, que ha demostrado que está conformada por quienes no son más que un atajo de traidores.

En esta semana que pasó y también en la que viene, se habrán consumado dos verdaderas contrarreformas en nuestro sistema constitucional: la reforma política y la reforma energética.

La primera, que prácticamente está aprobada, lejos de ser una mejora a nuestro sistema, promover la democracia, eficientar el gobierno y el trabajo legislativo, promoviendo un verdadero sistema de pesos y contrapesos, ha terminado por ser un bodrio más en la larga cadena que inició en diciembre de 2012.

Es otra “reforma de fachada” como las llama, atinadamente, Jesús Silva-Herzog Márquez, que en nada contribuye al mejoramiento de la democracia ni a la eficiencia del gobierno. Es, efectivamente, un muro más en la fachada de una casa vacía.

Se olvidaron de realizar una reforma política que le diera a los ciudadanos la posibilidad de gobernar y de influir en quienes gobiernan.

Se reservaron para las cúpulas partidistas, el ejercicio de un poder que originariamente reside en el pueblo, reimplantaron la reelección, como un medio más para que los dirigentes partidistas pueden controlar a los legisladores. Sin embargo, en lo que va de este sexenio hemos visto que, con el regreso del PRI, las dirigencias partidistas, han sido fácilmente absorbidas, engañadas o compradas.

Se ha impedido una verdadera ciudadanización de la actividad política y, con absurdos candados, han excluido a los ciudadanos del ejercicio del poder.

Le han dado a la reforma política, el uso de una moneda de cambio para sacar adelante la reforma energética. Y el panismo, que con la salida del PRD del pacto por México se colocó en inmejorable posición para negociar y acotar al presidente, optó por una reforma que es retrograda, absurda, mala y cara, que se limita, en su aspecto más relevante, a rebautizar al órgano electoral y concederle unas extrañas funciones, incluso en los procesos locales, sin desaparecer los institutos estatales, con lo que tampoco se acota a los gobernadores.

En el tema de la energía, ya hay un dictamen, el cual es muy osado y tal vez hasta incendiario.

El presidente lanzó en una gira por el extranjero el anuncio de una reforma energética en el país. A partir de ahí se empezó a discutir sobre lo que Peña Nieto quería y no sobre lo que la industria necesitaba, eso ha desembocado en un dictamen en el que, mediante un uso escrupuloso y adecuado (a sus interés) de los términos, se está entregando el petróleo a la iniciativa privada.

Mi posición personal, es a favor de una apertura a la inversión privada en determinadas áreas, fruto de una reforma constitucional que tenga, como eje central, la preservación de la propiedad del subsuelo (y de todo lo que en él hay), en favor de la nación, además del combate a la corrupción. Pero también creo que debe de atenderse al sentir y al querer de los ciudadanos, pues los recursos naturales, en la actualidad son propiedad de la nación y tienen el carácter de cosa pública, además de ser el pilar de las finanzas del estado.

El emperador Justiniano, padre del derecho romano, lo postuló claramente: «Lo que es de todos, debe ser aprobado por todos.»

Hoy se plantea una reforma que prevé 4 diversos tipos de contratos (de servicio, de utilidad compartida, de producción  compartida y las licencias). Incluso se permite una combinación de estas modalidades y se abre la puerta a que las empresas reciban crudo en pago – particularmente en el contrato de producción compartida – y que pueden considerar a las reservas como activos para efectos contables. Simplemente se resume en una entrega de los hidrocarburos a los particulares.

Las empresas serán propietarios del petróleo y los hidrocarburos a partir del pago de los derechos en boca de pozo.

El principal punto en este sentido, es que las reformas se están haciendo sin el apoyo de la ciudadanía y, en algunos casos en perjuicio de esta, y nada bueno y perdurable se podrá lograr si el pueblo queda resentido.

El discurso de Peña Nieto al presentar formalmente la iniciativa de reforma, ha quedado hecho pedazos por sus propios actos. Del mentado sistema propuesto por Lázaro Cárdenas, no quedó más que el anuncio publicitario, porque este es un gobierno que no tiene idea, pero tiene publicistas y tiene dinero.

Es un gobierno que miente y que agrede, es un gobierno incapaz que está afectando incluso a los que por él votaron.

Muchas de esas mujeres que en 2012 gritaban hasta desgañitarse “Peña Nieto, bombón, te quiero en mi colchón”, en 2014 estarán durmiendo en un petate.

El presidente está construyendo mayorías en las cámaras; mayorías engañosas porque no están  respaldadas en la ciudadanía. Podrá controlar el aparato, pero cuando la calle te pasa por encima, no hay aparato que valga. Las cámaras y la sociedad, están transitando por caminos distintos.

Se pretenden modificaciones constitucionales que no son prudentes en este momento; la sociedad se ha polarizado. Tanto el presidente como los legisladores han minimizado la trascendencia de las reformas a la Carta Magna qué, por su carácter de ley suprema, requiere que sus modificaciones conlleven el máximo de los respetos y el mayor consensos posible. El valor político de las reglas constitucionales vigentes en materia energética, radica precisamente en el respaldo social de ese régimen energético.

Encuesta realizadas refieren que el 60% de los mexicanos están en contra de una reforma constitucional en materia del petróleo y la electricidad; de ahí que solo una minoría esté sacando adelante las modificaciones con el apoyo o la complicidad de otra minoría, que es la que gobierna.

El problema que debería representarle al gobierno esa oposición, se ve nulificado por la falta de una cultura en el mexicano para defender sus conquistas. Tenemos una sociedad de borregos que ha engendrado un gobierno de lobos.

Un pequeño grupo es el que se ha opuesto de manera feroz al despojo que se pretende y en el último hecho de «buena suerte» presidencial, un conveniente infarto parece alejar de la lucha al líder de ese movimiento y lejos de que un correligionario suyo, con experiencia en movilización de las izquierdas como Martí Batres tomara las riendas, estas les han sido cedidas al timorato y falto de presencia hijo del líder, quien solo se exhibe, pero no coordina, luciéndose como un acto previo a su segura postulación para un cargo de elección popular.

El pueblo resignado ante su gobierno, como lo decía Octavio Paz.

Una sociedad desinteresada ante el atraco, mexicanos que bien caben en la definición de Bertlot Friederich Brecht que decía que “El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe el imbécil que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de los bandidos que es el político sinvergüenza, deshonesto, corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y transnacionales”.

Y es que en este país, cualquier gobierno tiene licencia para robar, ya sea endeudando, pidiendo moches o subiendo el costo del metro. En este último caso, una supuesta encuesta a 2000 personas, justifica el afectar a 5 millones de usuarios diarios.

Reitero, en el sector energético se necesita la inversión privada, pero los términos propuestos son un exceso sospechoso, inaceptable e irrespetuoso a un pueblo que pasó la mitad del siglo pasado en una lucha por conseguir lo que hoy le quieren quitar, la soberanía y la democracia.

La reforma política se ajusta a lo que decía el rey de la picaresca priista, Gonzalo N. Santos, “una ley electoral que es como el juego de la mochitanga: de un vivo y muchos pendejos”.

La reforma energética, es un exceso, falto del respaldo social que quiso ser convencido, en un sentido o en otro, por el gobierno o por la izquierda, en base a sentimentalismos y no a razones.

La sociedad mexicana tiene una última oportunidad de defender lo suyo, pues como en la fábula de Esopo, el oso en busca de miel, solo entró en razones, cuando todas las abejas actuaron al unísono. O reaccionamos o simplemente contemplamos como nos roban a México.

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