Panamá: una historia de patriotismo

Panamá (PL) Panamá celebra quizás con más amor que nunca el 50 aniversario de una de las gestas patrióticas más hermosas y sublimes de la historia del país, como fue la defensa de su bandera nacional el 9 de enero de 1964.

Aunque se ha escrito mucho de aquellos hechos, vale la pena recordarlo, en especial en esta jornada realizada cuando ya la fecha no es un mero día de descanso turístico al cual la habían reducido cuando la convirtieron en día puente, feriado, para que la gente se fuera a la playa y no tomara en cuenta lo que se conmemoraba.

Ahora, tras una ley exigida por las grandes mayorías y aunque firmada con reticencia y atraso por el gobierno, el 9 de enero dejó ser de asueto y vuelve a ser Día de duelo nacional en homenaje a sus héroes y mártires.

Cuando se mira hacia lo alto de Cerro Ancón desde cualquier punto cardinal de la ciudad, se ve flamear entre la fronda virgen una bandera de Panamá que llama la atención por sus enormes dimensiones, pero hay un simbolismo muy fuerte en ella.

Fue izada allí el 1 de octubre de 1980, cuando entraron en vigor los acuerdos Torrijos-Carter de 1977 que devolvieron a Panamá, 20 años más tarde, en 1999, el Canal y su Zona Militar.

Y he aquí donde se imbrica una linda historia de heroísmo y amor a la patria que da contenido especial a esa imagen con la cual se levantan y acuestan día a día los capitalinos, pues por ley la bandera de Cerro Ancón siempre está izada.

La historia, conocida como Día de los Mártires, tiene su desenlace el 9 de enero de 1964, aunque sus antecedentes más remotos datan de 1903, cuando las cuadrillas de estadounidenses comienzan a construir las obras del Canal de Panamá, culminadas 11 años después.

El Canal -y su posterior vigilancia militar- permitió que en una larga franja de cinco millas de ancho a uno y otro lado de la vía interoceánica se asentaran núcleos familiares que, siendo estadounidenses por cultura, costumbres y defectos, se manifestaran como un grupo humano aparte, aunque también involucraron a otras personas de origen no estadounidense.

Fue así que adoptaron hasta un gentilicio, «zonians» (en inglés) o zoneítas (en español), para diferenciarse de los estadounidenses radicados en su país natal, y de los ciudadanos panameños.

Los «zonians», en su raíz con muchos puntos conceptuales en común con los «afrikanders» de Sudáfrica, vivían un régimen de apartheid y en sus dominios, delimitados en toda su extensión por cercas perimetrales, no se permitía la presencia de nadie que no fuesen ellos.

La discriminación era absoluta, y no solamente hacia fuera de la zona, sino hacia su interior también, pues la colonia de negros que convivían con ellos, principalmente antillanos, empleados del Canal o servidumbre, eran tan discriminados como los de Louisiana y el resto del sur de Estados Unidos.

Estados Unidos consideraba ese pedazo de territorio nacional panameño como suyo dentro de la República y, por lo tanto, la única bandera que podía flamear en toda la Zona era la estadounidense.

Por allí comenzaron los problemas. Después de muchas presiones los panameños lograron que el gobernador de la zona aceptara que junto a la estadounidense se izara también la bandera nacional, excepto en las bases militares.

Pero los zoneítas desestimaron dicho acuerdo y continuaron enarbolando solamente la estadounidense.

Enterados de la negativa de izar el pabellón nacional, un grupo de 200 estudiantes panameños del Instituto Nacional hablan con la gobernación y obtienen permiso para izar su bandera y cantar el Himno Nacional al lado del asta frente a la Escuela Superior de Balboa, dentro de la zona.

Pero al marchar hacia allí son detenidos por agentes de policía zoneístas, con quienes acuerdan que sólo una delegación de cinco estudiantes llegue hasta el plantel a cumplir la misión para la cual habían recibido autorización.

Los cinco estudiantes tratan de cantar el Himno en el lugar de ceremonias, rodeados por más de dos mil estudiantes y padres de familia zoneístas de ese colegio, pero son abucheados y agredidos para arrebatarles la bandera.

El ataque es tremendo. Los muchachos se aferran a la bandera para no dejársela quitar, pero es casi imposible. Los zonians tiran de ella, la rompen, tiran sus despojos al suelo y los pisan en una danza desenfrenada que llena de ira a los cinco institutores, quienes tratan de rescatar los jirones a puñetazo limpio.

Los agentes de policía de la Zona, en lugar de protegerlos de aquella enloquecida jauría gringa, los repelen a palazos, y con lágrimas de impotencia corren hacia donde están sus compañeros, perseguidos por los zoneítas pero abrazados a la bandera rescatada.

Están en minoría frente a los atacantes y se repliegan hacia una avenida cercana, la 4 de Julio, donde se atrincheran para hacerles resistencia con piedras y palos. Mucha gente conoce la afrenta a la bandera y marchan hacia el teatro de los hechos, donde son recibidos con disparos y empiezan a caer heridos.

Un valeroso joven, Ascanio Arosemena, desafía los tiros para auxiliar a sus compañeros heridos de bala, y en esa tarea cae mortalmente abatido por un disparo de fusil. Es el primero de los 23 jóvenes asesinados por el ejército estadounidense en aquella jornada patriótica.

Cae la noche y la hostilidad continúa. Suman miles los panameños que salen de todos los puntos de la ciudad a apoyar a sus jóvenes y defender la bandera mancillada. La policía zoneísta es doblegada y piden la ayuda del ejército acantonado en la zona.

El general Andrew P. O’Meara, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, asume la autoridad y despliega la Brigada de Infantería 193 a las ocho de la noche con armas pesadas y de largo alcance.

Los fusiles y ametralladoras se imponen, las orugas de los tanques hollan el suelo patrio y todo el sector limítrofe de la zona se convierte en un infierno.

El hospital Santo Tomás queda abarrotado de heridos y no tiene espacio para más víctimas. Pide apoyo a otros centros para que atiendan los heridos.

Amanece igual que anocheció, con la variante de que hay nuevos heridos. Se reúnen la OEA y el Consejo de seguridad de la ONU, donde las denuncias de Panamá son apoyadas pero sin efecto práctico alguno. Para entonces los muertos sumaban más de una veintena y los heridos más de 500.

Tuvieron que pasar muchos años para que en la Zonal del Canal, hoy zona revertida, flotara en solitario y soberana la bandera que con tanto amor y patriotismo defendieran aquellos cinco jovencitos en la escuela superior de Balboa, y por la cual diera su vida Ascanio Arosemena.

Han pasado 50 años desde entonces, y hace ya 14 que el Canal y su Zona son enteramente panameños. Los zonians, quienes al final de cuentas no pasaron de ser una entelequia, ya no existen y apenas si pueden ser calificados criaturas de un pasado bochornoso felizmente superado.

Aquella avenida ensangrentada pasó a llamarse avenida de los Mártires, y es precisamente donde está enclavado un largo muro que artistas populares de El Kolectivo han tratado de usar como mural para recordar la gesta patria y el gobierno se los impide.

Cada vez que pintan obras alegóricas, el Ministerio de Obras Públicas las borra por orden expresa del presidente, Ricardo Martinelli. Tampoco en las escuelas se imparte ya la materia Relaciones Panamá-Estados Unidos, la cual fue sustituida en 2012 por Historia Departamental y Republicana de Panamá.

Pero gracias a aquellos jóvenes y a otros muchos como ellos, los panameños de hoy pueden mirar cada día con orgullo hacia la cima del Cerro Ancón y ver cómo flota libre y única la bandera que defendieron con el alma y con la vida.

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