PARTIDOS POLITICOS, VEJESTORIOS INUTILES Y ESTORBOSOS

Los partidos políticos, nacidos a mediados del siglo XIX como asociaciones de ciudadanos con el objetivo común de controlar al gobierno e imponer sus intereses, principios y valores, al pasar de los años han perdido utilidad.

En un intento por simplificar su historia, podemos imaginar la conmoción por la conversión al catolicismo del rey Jacobo de York, hasta su caída de los tronos de Escocia, Inglaterra e Irlanda en 1688 merced a la famosa Ley de Exclusión. La diversidad de opiniones, unos en contra y otros a favor del monarca, originó la formación de dos grupos antagónicos al interior del parlamento inglés, los Whigs liberales y los Tories conservadores y defensores de los intereses de los terratenientes.

Aunque algunos Tories apoyaban a la Revolución de 1688, en su mayoría misóginos, se opusieron a la entrega del trono a favor de María II, hija de Jacobo, lo que les mantuvo apartados del poder durante prácticamente todo el siglo XVIII.

De manera casi profética, tales denominaciones iniciales ya vislumbraban la verdadera vocación de los políticos profesionales, porque Tory procede de la palabra irlandesa thairide o tóraighe que significaba bandolero o asaltante de caminos, y Whig es un vocablo gaélico escocés que significa cuatrero, en referencia a grupos presbiterianos que en 1648 marcharon desde el suroeste de Escocia sobre Edimburgo, en lo que se conoció como el Whiggamore Raid, usando los términos Whiggamore y Whig como apodos para designar al Partido de la Iglesia o Kirk Party, facción radical de los covenanters escoceses que efectivamente acabó haciéndose con el poder.

Desde entonces, y hasta nuestros días, esas luchas se trasladaron a las logias masónicas, embrionarias de los partidos políticos actuales, motivando algunas de sus prácticas hipócritamente religiosas con las que aparentan obedecer los dictados de antiguos libros judaicos y glorificar a sus jerarcas y deidades, enredándose en mutuas acusaciones de falsedad mientras aseguran defender la más progresista y tolerante laicidad.

En la actualidad los partidos, que eran esenciales para estructurar el apoyo político a programas socioeconómicos, han dejado de representar a la ciudadanía y se han convertido en carteles monopólicos buscando prebendas y favores de los grupos económicamente poderosos. Las alianzas formadas entre partidos ferozmente contrarios como el PAN y el PRD resultan una burla traicionera para sus respectivos y honestos doctrinarios.

Resulta indispensable subsanar el fracaso ético y político de los partidos con nuevas formas de organización social. Crear nuevos métodos de supervisión y control ciudadanos para obligar a la anquilosada clase política a obedecer los anhelos del bien común.

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