NO PODEMOS VOLVER A CHAFEAR

Chafa es una palabra de origen incierto pero muy usada por los mexicanos. Algunas opiniones la derivan del siglo XV español cuando llamaban chafallo a un remiendo en la ropa. Otros expertos en lenguas dicen que es una adaptación del inglés “chaff”, que significa sobrante o desperdicio.

Cualquiera que sea su origen, resulta claro que llamamos chafa a todo objeto o servicio de poca calidad. Por extensión se ha generado el verbo “chafear” para aludir a la acción de descomponer, fallar, errar o morir. Todos entendemos al oír que nuestra selección chafea en el campeonato mundial, que chafeó el médico que atendía al ahora difunto, o que la programación televisiva es muy chafa.

Así, y sin necesidad de abundar en recursos gramaticales o lingüísticos, podemos calificar los ridículos espectáculos montados en nuestra ciudad para generar ambientes invernales parecidos a los de países nórdicos. Son verdaderamente chafas los chorros de espuma arrojada por ventiladores para simular nieve en las calles peatonales del centro. Igualmente chafas son las playas veraniegas y el hielo invernal con que el gobierno capitalino chafea en su vano intento por parecer popular mientras encarece el transporte y privatiza los servicios públicos.

Chafas son los diputados y senadores que venden sus votos traicionando su deber fundamental de representar los intereses de los mexicanos y proteger los recursos que nos podrían asegurar soberanía y libertad.

Y ahora que chafeó la salud de Andrés Manuel López Obrador, a quien admiramos por su congruencia y honestidad demostradas a lo largo de muchos años, comprobamos la peligrosa fragilidad de los movimientos sociales que dependen de una sola persona, real o imaginaria, de cuya intervención se espera la solución de los problemas. El mesianismo amable y pacífico puede ser igual o peor que las dictaduras ejercidas con apoyo de las botas militares, al provocar estupor y desconcierto en grandes masas de la población motivadas más por las emociones que por la razón.

Es impostergable la acción de grupos sociales preparados y organizados para vigilar el trabajo legislativo de sus representantes y exigirles el cumplimiento de sus mandatos. Superado el anacrónico sistema electoral de partidos, actualmente uniformados bajo el poder de una minúscula mafia que los controla y dirige, solamente con acciones de democracia directa como la revocación de mandato y la consulta popular realizadas al nivel distrital, en asambleas privadas entre cada diputado y los ciudadanos que representa, a salvo de las enajenantes campañas masivas de publicidad, podremos detener la terrible caída que durante los últimos treinta años nos ha llevado hacia el abismo de la pobreza y la desesperación.

No debemos chafear.

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