Francisco Tomas Gonzalez

Servicio democrático obligatorio

De acuerdo a un informe de un matutino español “Dentro de la Unión Europea, el servicio militar es obligatorio en Grecia, Austria, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Lituania y Chipre. Además, otros países europeos como Noruega y Suiza también tiene lo tienen, según el registro del World Factbook de la CIA” (ABC, abril 2019).

El dato periodístico no fue colectado producto de la ocurrencia mediática. En pleno apogeo electoral, uno de los protagonistas, tal como sucede en muchas otras aldeas que se precian de occidentales, proponen, para los países que han derogado normativa semejante, el retorno al  servicio militar obligatorio.

Lo que en Argentina, se denominaba coloquialmente “Colimba (corre, limpia y barre) y que fuera suprimida por la muerte de un conscripto, en el desaguisado conceptual que proponía el desquicio de “secuestrar” ciudadanos, quitarles tiempo efectivo de sus juventudes, para en un clima, travestido de orden, imponerles u obturarles la posibilidad de pensar y prepararlos para obedecer, para ser soldados, para hipótesis de conflicto en donde las cosas se resuelvan mediante la violencia de hacer uso real o simbólico de las armas, también recoge de tanto en tanto, el trasnochado planteo de hacerlo retornar en la normativa, como más no fuese a nivel voluntario y siempre agazapado en la falacia de que de esta manera los jóvenes de la actualidad harían un uso mejor de su tiempo, sí es que obedecen y se preparan y alistan en armas (¿no fue acaso este “caldo de cultivo” una de las razones que permitieron la cultura de los golpes de estado que tanta sangre derramada nos costara?).

Pero la evidencia de la derrota de los que se dicen defender las cuestiones humanas, es palpables en casos como el presente. Que no contemos en la actualidad, y que de alguna manera se tenga que proponer desde estas columnas, con un servicio democrático obligatorio, habla a las claras de nuestras prioridades y de nuestras preocupaciones públicas.

La democracia tal como la entendemos, o nos la hacen entender, inicia y acaba en lo electoral. Generaciones enteras de “colimbas”, de conscriptos, educados en la lógica de resolver conflictos mediante el saber usar las armas, derivó en la cultura actual en donde nos sobran violentos, contra un género u otro, por la argucia de un partido de fútbol o de cualquier otra actividad y pese a esto, dado que también tal educación proponía que no se pensara, no son pocos los líderes políticos que proponen  esto mismo, el retorno del huevo de la serpiente.

Se debiera, desde las academias, como desde las publicaciones que exigen formalismos tan absurdos como acartonados de citar bajo normas apa, o priorizando sí en la bibliografía el nombre del autor se escribe completo o solo con las iniciales, propiciar, instituir, proyectos como el presente, una suerte de educación cívica profundizada, obligatoria para que los habitantes de cada aldea tengamos la oportunidad de ser ciudadanos.

Este servicio ofrecería además una doble condición, tanto la de educar, como también la de generar trabajadores ad honorem (temporarios), o pasantes para reducir los costos operativos del funcionamiento del estado o en el mejor de los casos, que no aumente lo que se considera el gasto de la política.

Contar con un instituto, que ofrezca unos meses de capacitación y de formación, para luego, hacerlos practicar a todos y cada uno de estos ciudadanos, en instituciones públicas, generaría además del impacto económico-laboral, lo otro más importante que buscamos, la constitución de un hombre y una mujer con valores y determinación democrática.

“Las instituciones al final son reglas y patrones de comportamiento que son perpetuados por la gente y deben ser defendidos por la gente. Si la gente abandona el compromiso incondicional a la democracia como la mejor forma de gobierno, si llega a poner la ventaja programática o partidista a corto plazo sobre las reglas más fundamentales del juego democrático, entonces la democracia se pondrá en peligro (Larry Diamond)”.

La constitución de una sociedad democrática, a las pruebas nos remitimos, no se forja mediante leyes, normas o actos repetitivos de lo electoral, que terminan transformando a estos acontecimientos simbólicos en ritos carentes de sentido y tan extensos en sus significantes que terminan banalizados y difuminados en su razón de ser.

Propiciar este servicio, que denominados servicio democrático obligatorio, que tenga además fines recreativos, sociales, de esparcimiento, culturales, es una forma de tomar la decisión colectiva que tenemos que pensar en tomar, sí es que pretendemos seguir considerándonos democráticos.

De lo contrario, las formas que el poder adoptará para el ejercicio cotidiano del mismo, estará cada vez más lejos de nuestra mirada, y con ello de nuestra posibilidad de decir algo, por más que esto mismo no signifique mucho más que la expresión misma de una queja o un reclamo.

Sí a las generaciones venideras no las formamos bajo métodos y tras una cultura de lo democrático, no tiene sentido que los obliguemos o les ofrezcamos que decidan por su voluntad el que vayan a votar o que decidan por el imperio del número mayor, lo que previamente no lo pudieron pensar, conceptualizar y por ende, debatir o consensuar. Tendrán más a mano, el resolver las tensiones y los conflictos, mediante el modo y el lenguaje de lo violento, sin que necesiten un servicio que los haga militar en semejante sin razón. A decir de la licenciada Chendo, “habitar en las ruinas de un sistema” nos impele a que al menos nos propongamos hacerlo por intermedio de una cultura de lo democrático, identificando en ello los valores más esenciales que muy poco tienen que ver con lo básico y rudimentariamente electoral que hoy se propone e impone como sinónimo de democracia.