SI VEMOS AL VECINO RASURAR

Informaciones periodísticas en todo el mundo dan cuenta de las tumultuosas manifestaciones de descontento social que han tomado las calles de Turquía, similares a las que se sufren en Brasil, mientras en ambos países se celebran sendos espectáculos de futbol. La invasión comercial de un parque público en un caso, y el aumento en el precio del transporte en el otro, fueron la causa inmediata del reclamo popular. Pero solamente representan la simbólica gota que derramó el vaso del refrán.

En ambos casos las autoridades mostraron imprevisión y torpeza en su respuesta. Trataron de resolver el problema con la tradicional brutalidad policíaca y militar para acallar las reclamaciones pacíficas de la población. Ante la estupefacción de los gobiernos, la violencia, los toletazos, las balas de goma, los gases lacrimógenos, antes que contenerla exacerbaron la indignación de quienes reclamaban, Tardíamente los funcionarios dieron marcha atrás y se mostraron dispuestos a dialogar. El asunto escapó de su control.

¿Qué pasó en Turquía y Brasil? Es necesario recurrir al análisis serio, evitar el simplismo y la especulación. Las similitudes con otros movimientos en el mundo deben movernos a la reflexión. Resulta evidente que, como ocurre en la ciencia médica, las viejas recetas han comenzado a fallar.

Increíblemente, los miembros de la casta política parecen no entender que se mueven ante una nueva realidad. En nuestro país siguen inmersos en sus diarios escándalos por corrupción, y respondiendo a las críticas y al descontento primero con el conocido cinismo de sus discursos, luego con dádivas populistas, y finalmente recurriendo a la violencia y a la represión.

Pero la apatía, la indiferencia y el miedo son solo apariencias que cubren el hartazgo de la sociedad. Treinta años de crecimiento en las cifras de desempleo, de pobreza, de inseguridad, tienen a la sociedad al borde de la desesperación. Los partidos políticos que tiempo atrás funcionaron como instrumentos de control social, aliados y beneficiarios del corporativismo de sindicatos y centrales obreras, se pudren hundidos en sus propias miasmas con sus jerarcas solo atentos a su interés inmediato y personal.

Pero muy pronto el estado de cosas tendrá que cambiar. Y no por la inoperante vía electoral. De las instituciones actuales poco se puede esperar. La connivencia con el Poder Judicial les garantiza impunidad en la injusticia y la ilegalidad. El abuso escandaloso de los privilegios de la información, la creciente privatización de los recursos nacionales así como la cuantiosa evasión fiscal de las transnacionales debe cesar.

La ciudadanía tendrá que inventar nuevas formas para arrebatar el poder a las depredadoras pandillas que lo usan en la actualidad.

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