Francisco Tomas Gonzalez

La suerte como principio democrático

“El azar es la única tarjeta de crédito para encontrar un punto de apoyo en lo abismal de un precipicio labrado sobre una certeza que enloquece. La certidumbre, insistía Nietzsche, y no las dudas son las que vuelven loco a Hamlet. La tarjeta de crédito ha quedado vencida… sobre las elecciones afortunadas o no, nada tenemos que decir nosotros… suponiendo que las elecciones (libres) fueren posibles… Porque lo que nos toca siempre en suerte, es aquello que siempre estuvo destinado al otro”. (Portela, O. La Filosofía de la catástrofe).

El poeta Loretano lo expresaba con meridiana claridad, en caso de no conocer la obra del citado, fijémonos sino Aristóteles en su afirmación, acerca de la suerte como principio de lo democrático: “Estando el poder en la democracia sometido a estas necesidades, las únicas combinaciones de que es susceptible, son las siguientes. Todos los ciudadanos deben ser electores y elegibles. Todos deben mandar a cada uno y cada uno a todos, alternativamente. Todos los cargos deben proveerse por suerte, por lo menos todos aquellos que no exigen experiencia o talentos especiales. No debe exigirse ninguna condición de riqueza, y si la hay, ha de ser muy moderada. Nadie debe ejercer dos veces el mismo cargo, o por lo menos muy rara vez, y sólo los menos importantes, exceptuando, sin embargo las funciones militares. Los empleos deben ser de corta duración, si no todos, por lo menos todos aquellos a que se puede imponer esta condición. Todos los ciudadanos deben ser jueces en todos, o por lo menos en casi todos los asuntos, en los más interesantes y más graves, como las cuentas del Estado y los negocios puramente políticos; y también en los convenios particulares”. (Aristóteles, Política · libro séptimo, capítulo primero. http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03223.htm)

Acá el tema en cuestión, al menos para nuestra realidad democrática y occidental, es quién se queda con el poder en los diferentes lugares en donde se llevan a cabo elecciones o porque ha recaído el poder en uno u otro en lugares en donde el poder se definió ajustadamente, o abrumadoramente (en los opuestos los conceptos básicos se maridan) vía ballotage o segunda vuelta como instrumento electoral democrático o bajo otro tipo de sistema electoral, que mantiene siempre un elector un voto, pero que en no ningún caso penaliza o evita, las descaradas, como acabadas muestras, que en los sectores pobres o marginales el voto está cosificado, presto a ser comprado o incentivado para que se cometa la prebenda violatorio de lo libertario. Claro que no por los proyectos, propuestas, equipos técnicos y alineamientos geopolíticos o supuestos posicionamientos en derechas o izquierdas o nuevas o viejas formas de comprender lo político, cómo se esfuerzan en disfrazar las facciones en disputa, para convencerse ellos que de lo que hagan o dejen de hacer, dependerá algo en relación al poder. Es decir, siquiera, les interesa seducirnos, encantarnos o prometernos que la democracia cumplirá sus problemas. Esto era lo que se creía, se pensaba, se enseñaba y se escribía hasta no hace mucho, hasta que ingresamos a los tiempos de la posdemocracia.

Los actores de la política, las facciones en disputa (oficialismo y oposiciones), los mamadores del falo o la ubre estatal (depende del órgano que más placer le dé succionar) quieren convencerse que de lo que hagan, piensen, diseñen o administren, se traducirá en una cosa o en otra, en sus respectivos éxitos o fracasos (en verdad ganan siempre, “a veces perdiendo se gana y ganando se pierde”) en que tengan todo el presupuesto posible o solo la porción mínima, la cucarda del cargo legislativo que los unge por sobre el resto, que los destaca, que los diferencia, que los hace tales en el andamiaje de la elite que precisa de estas dos categorías, independientemente que una esté por encima de la otra.

Esta es la razón, por las que surgen las actividades electorales, la campaña, el frenesí de las declaraciones, el avistaje de pobres (a decir de Carlos Coria García), con batallones militantes empoderados de las boletas libertarias que son las copias del contrato leonino que firman con sus opresores. Como lo expresamos previamente, hasta no hace mucho se pensaba que lo hacían por la razón de que algo tenían que realizar con los que tenían resuelto el tema de haber saciado el apetito (una teoría afirmaba que por esto se construyeron las pirámides Egipcias), sin embargo, lo hacen, porque creen que son libres, al establecer esta dinámica de manejar a los que someten (y por sobre todo a los respectivos ejércitos de segundas, terceras, cuartas líneas y quinta columnas), de gozarlos en la perversidad de hacerles creer que todos y a la vez, podrán salir de tal sistema de opresión, cuando en verdad, la lógica, irrestricta, del sistema, sólo soporta dosis homeopáticas, de personas que se liberan, pero no para ser libres o buscar tal libertad, sino para dejar de ser esclavos y acceder al sitial de amos, en esa lógica que tan precisamente, describió Hegel.

Sus respectivas faltas de libertades, radican precisamente en esta cuestión conceptual. No pueden romper este circuito, este círculo vicioso, que los oprime también, pese a que manden desde el sillón del patronazgo.

Al ser humanos, sienten la posibilidad que están dejando escapar, por esas certezas, que como decía Oscar, son las que enloquecieron a Hamlet. Son las que enloquecen a nuestros próceres políticos, a los protagonistas de nuestros culebrones que dimos en llamar democracia representativa. Saben que si reducen sus posibilidades de administrar, tendrán menos dosis de sexualidad, de amores varios sea en calidad de hermanos, padres, hijos y amistosos. Ni que hablar de la reducción de salidas en programas periodísticos (en donde obviamente no preguntan, ni hacen el ejercicio de dialogar, sino subalquilan un espacio para que el otro político, monologue, un discurso que tampoco es suyo, sino provisto por maquinarias de coaching, de marketing o del copiar y pegar del google), de los me gusta en sus redes sociales o de los seguidores.

La elección en el lugar que sea, y por esta razón es la que no somos citados, o copiados y pegados por otros, por expresar lo incomodo de nuestras elecciones, o precisamente la renuncia a elegir que sería la renuncia a ser humanos, se definirá por mero azar, que más allá que abonando la teoría de Aristóteles y de toda la democracia Griega, es un principio en donde todos tenemos las mismas posibilidades (matemáticas u objetivas).

A diferencia de tal sistema, instaurado como artilugio el kleroterion, una máquina que servía para elegir a sorteo a determinados cargos públicos en donde los ciudadanos, los considerados tales, todos podían acceder al cargo. Miles de años después y como para refutar los que creen en razones instrumentales, sólo la elite de la nomenklatura está a tiro de azar. Es decir, y sobre todo en las democracias occidentales, dos grupos, dos equipos, en una relación obligada con el sistema electoral de Ballotage (uno de los menos consensuales, deliberativos y menos conductuales hacia principios democráticos puros) ver sí no las últimas elecciones en todos y cada uno de los lugares en donde impera el sistema democrático, vía la instrumentación electoral de la doble vuelta o su fijación cultural que también encontró su justificación filosófica (la democracia agonal) en quiénes, muy a tono de lo que expresamos, se disfrazaron de vanguardistas, pero que en verdad, se resguardaron en las certezas del poder para esgrimir argumentaciones, que en el mundo académico y comunicacional han resultado muy convincentes (algo tendrá que ver que estuvieron tutelados por una facción del poder).

Tómese la pastilla que cree que necesita, para mantener los supuestos índices de normalidad que le dicen que precisa. Continué creyendo que conciliará mejor el sueño. Que logrará vencer a la muerte y que alcanzará la inmortalidad. Usted, ya ha sacrificado sus restos de libertad, por la supuesta certeza (esos bienes materiales mentirosos que compra para saciar su falta de arrojo para ser libre) que lo está enloqueciendo, que lo hace ver, creer, sentir, estar convencido, que por lo que haga, o deje de hacer, se definirá una elección.

Teniendo la posibilidad, ha elegido, no hacer uso de su facultad, prefiere no dar cuenta que en esa no elección, se está sometiendo a la dictadura del azar, a los arbitrios del supremo destino, al ucase proverbial del mandamás.

Para tolerar esta limitación, usted cree que maneja lo suyo, a los suyos, pero claro, solo va de suyo, que se lo quiera creer, sabiendo que no es así, y que nunca ha sido así. Perdón por habérselo dicho, pero debe existir una excepción que confirme la regla, para que esta siga siendo tal y útil a su limitación autoimpuesta.

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